miércoles, 17 de diciembre de 2008
Muerte de Simón Bolívar
La muerte, misericordiosa, le sorprende en San Pedro Alejandrino, una hacienda cercana a Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830. Su última proclama, firmada el día 10, después de haber recibido los auxilios espirituales de un sacerdote, es un elocuente testimonio de su grandeza, de su desprendimiento y de la rectitud de su espíritu. Es, también, y sobre todo, un legado donde señala rumbos hacia el futuro."
Los pueblos que liberó su espada conservan la esperanza de que sus hombres revivan el espíritu de Simón Bolívar y culminen su obra.
Los malentendidos entre Colombia y el Perú conducen a una guerra, concluida felizmente, después de la batalla de Tarqui, con la afirmación de Sucre de que la justicia de su causa era la misma antes que después de la victoria. Se convoca a un nuevo congreso, que se reúne en Boyacá en la apoteósica entrada en Caracas enero de 1830 y que la elegante precisión del verbo bolivariano denomina infructuosamente "Admirable"). Lo preside Sucre, quien realiza los mayores esfuerzos por lograr la reunificación con Venezuela. Todo resulta inútil. El destino ha marcado su signo.
El proceso es fatal. Sucre es asesinado el 4 de junio en la montaña de Berruecos, cuando regresaba a su hogar rumiando amargas preocupaciones. Por otra parte, el Congreso de Venezuela, temeroso de que la presencia del Libertador volviera a disipar los proyectos separatistas, pone como condición a todo diálogo su exclusión del territorio nacional: es el más duro de los ultrajes y el más triste de los hechos históricos de nuestra República.
El congreso colombiano, a su vez, le acepta la renuncia; designa un nuevo presidente que no asume por lo pronto el poder; el general Rafael Urdaneta, se hace cargo del gobierno el 5 de septiembre, instando al Libertador a volver. Este, que se halla en ruta a la costa atlántica con el propósito de pasar a Europa, encuentra en el deterioro de su quebrantada salud el desenlace de su ciclo vital.
Le da hospitalidad en la quinta de San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta, un hidalgo español, Joaquín de Mier; y lo atiende en su última enfermedad un médico francés, Alejandro Próspero Reverend, que ganó con su afecto por el noble paciente la gloria de la inmortalidad. Historiadores médicos discuten hoy acerca del tratamiento que indicó Reverend: lo cierto es que ya la inmensidad de la figura y de la obra de Bolívar no cabían en el escenario de su vida.
Sabía que iba a morir, se preparó dejando un mensaje inolvidable en el que sus últimos deseos los expresaba y el sacrificio de su existencia lo ofrecía, para recomendar el mantenimiento de la unión grancolombiana. El obispo José María Esteves, de Santa Marta, y el cura de Mamatoco, Hermenegildo Barranco, le dieron los últimos auxilios religiosos. Falleció el 17 de diciembre de 1830. Tenía solamente 47 años: pero ya resonaba la frase del elocuente Choquehuanca, quien desde el Perú había pronosticado: "con el tiempo crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina".
Sus restos, inhumados solemnemente en la catedral de Santa Marta, fueron trasladados a la catedral de Caracas en 1842, en apoteosis presidida por el general Páez y narrada en párrafos neoclásicos por Fermín Toro. De la catedral pasaron, en el gobierno de Guzmán Blanco, al Panteón Nacional, un templo donde predomina la afirmación de su grandeza. En medio de su increíble actividad, la soledad de su espíritu se resentía de la falta de un verdadero amor.
El recuerdo de la esposa muerta lo acompañaba siempre. Comprendía que, tal vez, si ella hubiera vivido, su destino heroico no se habría cumplido (se le atribuye la expresión de que no habría pasado de ser "alcalde de San Mateo"); pero el vacío que ella había dejado en su existencia no pudo llenarlo con las aventuras galantes, con encuentros furtivos, ni siquiera con manifestaciones de afecto, entremezclado con veneración, por más que provinieran de mujeres hermosas, inteligentes o sensibles.
Solamente una quiteña, Manuela Sáenz, de espíritu atrevido, pasando por encima de las normas sociales y provocando inevitables reacciones, al entregarse a él con irrefrenable vehemencia, llegó muy cerca de su corazón. No fue una mera relación carnal la que existió entre ellos: aquélla a la que llamó "sublime loca") le dio aliento de vida, y vino a convertirse en "libertadora del Libertador" cuando salvó su vida en el atentado septembrino, distrayendo a los conjurados mientras el Libertador se ponía a salvo. Los años finales de Manuela después de la partida y muerte dei amado, fueron un triste epílogo de su participación en la tragedia bolivariana.
No logró el Libertador consolidar en los nuevos estados la vida institucional. En su último año llegó a exclamar, en mensaje al Congreso: (Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido, a costa de los demás . Y ya para concluir su periplo, imaginó que todo había terminado en un fracaso: "hemos arado en el mar.
Pero no. No había arado en el mar. Su figura continúa agigantándose, por encima de todos sus contemporáneos en el ámbito de su acción. El estudio de su pensamiento lo califica como uno de los más geniales visionarios del acontecer político y uno de los más brillantes cultores de la filosofía del estado, a la vez que uno de los más profundos conocedores de las realidades de los pueblos. Para las naciones que libertó-Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá es y será Padre de la Patria. Para toda Latinoamérica, su voz es mensaje y su figura es prototipo de las aspiraciones generosas.
En bronce o mármol, se encuentra en las principales plazas de las ciudades y pueblos de las repúblicas hijas de su espada. Su figura heroica campea en muchas capitales del mundo. Lima, Caracas,Bogotá, Quito, La Paz y Panamá no son las únicas: también, entre otras, Buenos Aires, México, Río de Janeiro, Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico, Tegucigalpa, Guatemala; le hallamos en Puerto España y Kingston, en Nueva York y Washington, en Roma y París, Londres y Madrid, además de muchas otras ciudades como Cádiz, Garachico (Canarias), Trujillo (Perú), Arequipa, etc. Su nombre distingue una nación (Bolivia), un estado de Venezuela, numerosos distritos jurisdiccionales y diversas ciudades (en Venezuela, en la Argentina, en los Estados Unidos); es epónimo de universidades y liceos, así como de numerosas sociedades e instituciones.
El adjetivo "bolivariano" ha entrado, por él, al diccionario. Son incontables los libros que recogen su pensamiento o que se ocupan de su vida y de su obra; ha servido de inspiración a historiadores y poetas, a escultores y músicos, y hasta una ópera, estrenada en París, ha sido compuesta con su figura como tema. Maestro de maestros, su pensamiento ha servido de inspiración a pensadores y estadistas.
Y está vigente la hipérbole del insigne uruguayo José Enrique Rodo: " (...) si el sentimiento colectivo de la América libre y una no ha perdido esencialmente su virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros en la nevada cumbre del Sorata la más excelsa altura de los Andes, verán, como nosotros también, que en la extensión de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar")
sábado, 5 de julio de 2008
5 de Julio de 1811
Lo que comenzó el 19 de abril de 1810 como un movimiento autonomista por parte del Cabildo de Caracas, pero que guardaba fidelidad al rey Fernando VII; en 1811 no sólo superó el ámbito de
La instalación del Congreso se llevó a cabo el 2 de marzo de 1811 en la casa del Conde San Javier (hoy esquina de El Conde) en Caracas, con asistencia de
A medida que se fueron desarrollando las sesiones del Congreso, la idea de
En la mañana del 5 de julio continúo el debate en el Congreso, y a comienzos de la tarde se procede a la votación; hecho el recuento de los votos, el presidente del Congreso Juan Antonio Rodríguez Domínguez, anunció solemnemente a las tres de la tarde, que quedaba proclamada
Finalmente, debemos aclarar que el texto antes mencionado, el cual se conoce como el Acta de
Batalla de Carabobo
Acción bélica librada cerca de la ciudad de Valencia, el 24 de junio de 1821, entre el ejército realista a cargo del mariscal de campo Miguel de
Previo al combate, Miguel de
El 15 de junio de 1821, el Libertador reorganizó el ejército republicano en tres divisiones. La primera a cargo de José Antonio Páez, y formada por los batallones Bravos de Apure (liderada por el teniente coronel Francisco Torres) y los Cazadores Británicos (al mando del coronel Thomas Ildeston Ferriar); además de 7 regimientos de caballería. La segunda, comandada por el general de división Manuel Cedeño, y constituida por los batallones Tiradores (dirigida por el teniente coronel Ludwig Flegel), y Vargas ( teniente coronel Antonio Gravete), a lo que se sumaba un escuadrón de caballería. La tercera, bajo las órdenes del coronel Ambrosio Plaza y constituida por 4 batallones. El de Rifles a cargo del teniente coronel Arturo Sandes, Granaderos al mando del coronel Francisco Paula Vélez, Vencedor de Boyacá dirigida por el coronel Juan Uslar y Anzoátegui, comandada por el coronel José M. Arguidegui; completado todo esto por un regimiento de caballería. Las fuerzas republicanas sumaban en total 6500 hombres.
A tempranas horas del 24 de junio, desde las alturas de Buenavista, elLibertador hizo un reconocimiento de la posición realista y llegó a la conclusión de que ésta era inexpugnable por el frente y por el sur. En consecuencia, ordenó que las divisiones modificaran su marcha por la izquierda y se dirigieran al flanco derecho realista, el cual estaba descubierto; es decir, Bolívar concibió una maniobra tendiente a desbordar el ala derecha enemiga, operación ejecutada por las divisiones de Páez y Cedeño, en tanto que la división Plaza seguía por el camino hacia el centro de la posición defensiva. Al darse cuenta
Finalmente, atacados de frente por la infantería y por la derecha por la caballería, los batallones realistas optaron por la retirada. Como último recurso,
martes, 24 de junio de 2008
Santiago Mariño
Nace en Valle del Espíritu Santo ( Edo. Nueva Esparta) el 25 de julio de 1788 y Muere en La Victoria (Edo. Aragua) el 4 de Septiembre de 1854. Oficial (general en jefe) del Ejército de Venezuela en la Guerra de Independencia, Santiago Mariño lideró la campaña que liberó al oriente venezolano de las fuerzas realistas en 1813. Su padre fue el capitán de milicias regladas Santiago Mariño de Acuña y su madre Atanasia Carige Fitzgerald, descendiente de irlandeses. Cursó estudios en Trinidad, donde sus padres habían fijado residencia cuando aún era un niño. Con tan sólo 22 años de edad, a raíz de los sucesos del 19 de abril de 1810 fue a Trinidad en el desempeño de una comisión que le fuera encomendada por el Ayuntamiento de Cumaná ante el gobernador británico de la isla. Dos años después tuvo su bautismo de fuego, al formar parte de la expedición que bajo las órdenes del coronel Manuel Villapol, salió de Cumaná con el encargo de dominar la insurrección surgida en la provincia de Guayana. Perdida la Primera República emigró a Trinidad en compañía de varios patriotas y de allí, en cuenta de la situación reinante en Venezuela con el gobierno del jefe español Domingo Monteverde, decide trasladarse al islote de Chacachacare, lugar donde se encontraba la hacienda de su hermana Concepción Mariño.
El 11 de enero de 1813, junto con 44 patriotas que habían emigrado con él a Trinidad, constituyó una junta en la cual se discutió y decidió una ofensiva para liberar al oriente de Venezuela de las manos españolas; a tal fin se redactó el documento conocido como Acta de Chacachacare, firmada por Mariño y en la que sirvieron como secretarios: Francisco Azcue, José Francisco Bermúdez, Manuel Piar y Manuel Valdés. Con el grado de coronel, Mariño fue ratificado como jefe de la expedición. Al día siguiente de la firma del acta, Mariño invadió el oriente venezolano donde condujo las operaciones militares que en el curso de 6 meses, dieron como resultado la liberación de las provincias de Barcelona y Cumaná. En febrero de 1814, acudió con su ejército en auxilio de Bolívar, quien operaba en el centro y occidente del país. En La Victoria, después de haber derrotado en Bocachica al jefe realista José Tomás Boves (31.3.1814), se entrevistaron Mariño y Bolívar el 5 de abril, para discutir los planes que desarrollarían los ejércitos de oriente y occidente respectivamente; de acuerdo con esto, marchó Mariño con 2.800 hombres hacia San Carlos contra el brigadier José Cevallos y en la sabana del Arao fue derrotado por el jefe realista (16.4.1814). La acción siguiente fue la primera batalla de Carabobo (28 de mayo) en la que Bolívar venció al mariscal de campo Juan Manuel Cajigal. De Carabobo, Mariño se dirigió al sitio de La Puerta donde junto a la Bolívar hizo frente a José Tomás Boves (15 de junio) con saldo desfavorable para los republicanos.
Perdida la Segunda República, de oriente emigró a Cartagena de Indias en compañía de Bolívar, y de allí a Jamaica y Haití. Como mayor general del Ejército Libertador, participó en la expedición de Los Cayos, comandada por Bolívar. Estas fuerzas arribaron a la isla de Margarita, en mayo de 1816. En la Villa del Norte (6 de mayo) una asamblea proclamó a Bolívar como jefe supremo de la República y a Mariño su segundo. En 1817 impuso sitio a Cumaná como paso previo a la liberación de oriente que, según su opinión, debía anteceder a la de Caracas. Por inspiración del canónigo José Cortés de Madariaga y de Mariño, el 8 de mayo de 1817 se reunió el Congreso de Cariaco, el cual decretó el restablecimiento del sistema federal para Venezuela, con un gobierno similar al que se había establecido en 1811; proyecto que sin embargo fracasó en poco tiempo. Cuando llevaba a cabo operaciones en oriente, en 1818, Mariño triunfó contra el coronel Francisco Jiménez en Cariaco (14 de marzo), y en la misma plaza fue derrotado por Agustín Nogueras (21 de octubre), por lo cual Bolívar tuvo que suspender la campaña que proyectaba desarrollar sobre Caracas, desde oriente.
Como diputado Mariño representó la provincia de Cumaná en el segundo Congreso de Venezuela, reunido en Angostura el 15 de febrero de 1819, del cual tuvo la licencia para volver al ejército. Ese mismo año, el 12 de junio, triunfó sobre el coronel Eugenio Arana en el combate de Cantaura; y mientras Bolívar operaba en la Nueva Granada tomó parte en el movimiento que desplazó a Francisco Antonio Zea de la vicepresidencia de la República; en su lugar fue nombrado el general en jefe Juan Bautista Arismendi, y Mariño quedó como comandante en jefe del ejército de oriente. Una vez que Bolívar llegó a la ciudad de Angostura, Mariño fue destacado en el Estado Mayor. Posteriormente, el 30 de mayo de 1821 fue nombrado jefe del Estado Mayor General del Ejército Libertador, y con ese cargo combatió en la batalla de Carabobo (24 de junio). En 1824, fue designado en Caracas presidente del Consejo de Guerra de Oficiales Generales que debía juzgar la conducta del general de brigada Lino Clemente en la pérdida de Maracaibo en 1823. En 1826 el Congreso de Colombia lo designó con el importante cargo de ministro juez de la Alta Corte, función que no pudo ejercer al estallar en Venezuela en abril de ese año el movimiento de La Cosiata, en el que fue uno de los principales dirigentes junto a José Antonio Páez. En 1827 se desempeñó como intendente y comandante general del departamento de Maturín.
Mariño fue uno de los artífices del movimiento que a fines de 1829 y comienzos de 1830, condujo a la restauración de la República de Venezuela. El 20 de enero de 1830, el Congreso de Colombia reunido en Bogotá, nombró de su seno una comisión presidida por el general Antonio José de Sucre, con el objetivo de tratar con los delegados de Venezuela el difícil tema de la disolución de la Gran Colombia. Por su parte, las autoridades venezolanas enviaron a Cúcuta una comisión cuyo presidente era el general Mariño. Finalmente, las conversaciones entre los delegados colombianos y venezolanos, no terminaron en un acuerdo. En 1834, Santiago Mariño se presentó como candidato a la presidencia de la República, pero los escrutinios favorecieron a José María Vargas en febrero del año siguiente. Tras su fracaso en los comicios electorales de 1835, Mariño acaudilló en julio de ese mismo año la llamada Revolución de las Reformas. No obstante, en 1836 dicho movimiento revolucionario fue controlado por José Antonio Páez, quien había sido nombrado jefe de operaciones por el presidente Vargas para este cometido. Luego de ser derrotado y capturado en su intento insurreccional, Mariño fue expulsado del país, por lo que comenzó un largo trajinar que lo llevó a Curazao, Jamaica, Haití y finalmente a la Nueva Granada. En 1848 regresó a Venezuela, siendo nombrado casi de inmediato comandante general del Ejército organizado por el presidente de la República José Tadeo Monagas, para hacer frente al levantamiento en armas del general Páez, a raíz de los acontecimientos del 24 de enero de 1848, que derivaron en el asalto al Congreso por parte de Monagas. Años después en 1853, fue reducido a prisión por su participación en la llamada Revolución de Mayo, la cual estalló la noche del 24 al 25 de mayo de dicho año, pero fue libertado tiempo después. Los últimos días de su existencia los pasó en La Victoria, retirado de las actividades públicas y políticas. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 29 de enero de 1877. Al igual que muchos personajes de nuestra historia, estuvo vinculado a la masonería, siendo miembro de esta orden en grado 33.
Pedro Salias
Militar que combatió a favor de la Independencia. Hijo de Francisco Antonio Salias Tordesillas y de María Margarita Sanoja Cabeza de Vaca. Conforma junto con sus hermanos: Francisco, Juan, Mariano, Carlos y Vicente, un cuadro de patriotas que sirvieron a la causa de la República. En el momento del 19 de abril de 1810, Pedro Salias Sanoja se desempeñaba como empleado de rentas de la ciudad de San Carlos, cargo donde permanece hasta 1811, cuando se unió a las filas patriotas y sirvió como teniente del batallón de Línea, que un rico propietario de San Carlos de apellido Yánez había formado con sus propios recursos para la causa republicana. Bajo las órdenes de Miguel Ustáriz, durante la Primera República, actúa en el combate de Los Colorados de San Carlos (25.4.1812), perdido por los republicanos. Durante la Segunda República, con Vicente Campo Elías, auxilia al general José Félix Ribas en La Victoria el 12 de febrero de 1814, lo cual decide el triunfo a favor de los patriotas. Combate en las batallas de San Mateo, El Arao y primera de Carabobo, acciones de 1814. Perdida la Segunda República, ya como teniente coronel, emigra junto con Simón Bolívar al oriente del país y muere en la batalla de Aragua de Barcelona, al frente del batallón Caracas. Era miembro de la Orden de los Libertadores de Venezuela.
Manuel Valdés
José Leandro Palacios
Juan Salías
José Tadeo Monagas
Nace en Tamarindo de Amana, Maturín (Edo. Monagas) el 28 de Octubre de 1784 y Muere en Caracas el 18 de Noviembre de 1868. Caudillo militar y político oriental, quien directa o indirectamente estuvo vinculado al poder, en la Venezuela de mediados del siglo XIX. Fue presidente de la República en dos períodos 1847-1851 y 1855-1858. Sus padres fueron Francisco José Monagas y Perfecta Burgos Villana, quienes lo bautizaron con el nombre de Judas Tadeo, sin embargo, la costumbre de utilizar tan sólo la inicial del primer nombre para la identificación devino con el tiempo en José Tadeo. Desde un primer momento, sus padres se encargaron de proporcionarle una educación orientada hacia el apego a la tierra y a las faenas del campo. Inició su carrera militar desempeñando el cargo de alférez de caballería, bajo las órdenes del coronel Manuel Villapol en el ejército patriota del general Santiago Mariño. En el año de 1813, recibió su bautismo de fuego en el combate de las Bocas del Pao; ese mismo año se distingue en reñidas batallas contra las fuerzas realistas dirigidas por Lorenzo Fernández de la Hoz (18 de marzo) y Domingo de Monteverde (25 de mayo), ambas libradas en Maturín y posteriormente se enfrenta en Cachipo, a José Tomás Boves (II de septiembre).
En 1814 participa en el sitio de La Puerta (3 de febrero), en la batalla de Bocachica (31 de marzo), y en la primera batalla de Carabobo, tras la cual obtiene el grado de coronel (28 de mayo). En 1817 coopera con el general Simón Bolívar en oriente y, en 1818, participa en la batalla de Calabozo librada contra Pablo Morillo (II de febrero), en la del sitio del Semen (16 de marzo) y en la de Ortiz, donde le toca enfrentarse al general realista Miguel de Torre (26 de marzo). En 1820, toma parte en el ataque a las Trincheras de Quimiare (2 de noviembre) contra Chicual Guzmán y para 1821, es ascendido por el Libertador al grado de general de división. Un año después obtiene el cargo de gobernador civil y militar de Barcelona y comandante del departamento del Orinoco, retirándose luego, a la tranquilidad de las faenas del campo. En 1823 se casó con Luisa Oriach Ladrón de Guevara, hija de Francisco José Oriach y de María Antonia Ladrón de Guevara.
En 1830, decide romper con la rutina de la vida campestre para incorporarse al desarrollo de los acontecimientos que conmovían al país. Por este tiempo, la reacción antibolivariana que se había desatado, amenazaba la estabilidad política y unidad de la Gran Colombia. No obstante, ante estas circunstancias Monagas asumió en un primer momento una actitud que oscilaba a favor y en contra de la separación de Venezuela de la unidad colombiana. En este sentido, a pesar de haberse mostrado abiertamente dispuesto a defender la aplicación de un sistema federal, participa en la llamada Pacificación de Oriente y en 1831, con el apoyo de su hermano José Gregorio, promueve un movimiento a favor de la reconstitución de la Gran Colombia, auspiciando la adhesión de todas las provincias orientales. Sin embargo, contrariamente a los gestores del movimiento separatista que buscaban crear una república de tipo centralista en el antiguo territorio de la capitanía general de Venezuela, Monagas promueve la formación de un "Estado de Oriente", que estaría integrado por las provincias de Cumaná, Margarita y Guayana. Asimismo, propugna la implantación de una confederación para la cual invita a las demás provincias de Venezuela, así como a las de la antigua Gran Colombia que así lo quisieran, a formar parte de ella. En mayo de 1831, se reúne una junta de 150 vecinos de la ciudad de Barcelona, para investir provisionalmente con el cargo de gobernador en jefe del Estado de Oriente al general Santiago Mariño y al general José Tadeo Monagas como segundo jefe provisional hasta la instalación del primer congreso que se reuniría posteriormente. A todas estas, el presidente José Antonio Páez logra impedir el intento separatista oriental, al negociar con los hermanos Monagas y convencerlos de deponer las armas y someterse a la autoridad central. En tal sentido, el 23 de junio de 1831 un indulto decretado desde Valle de la Pascua, ofrece las garantías necesarias a los Monagas y a las demás personas comprometidas separatista. Por su parte, José Tadeo Monagas se retira una vez más a la vida privada.
Para 1834, se abre el período electoral del cual sale electo José María Vargas; la reacción militar contra el poder civil no se dejó esperar, y Monagas se destaca nuevamente al dirigir en oriente la insurrección armada que lleva el nombre de Revolución de las Reformas; sofocado militarmente dicho movimiento, un nuevo indulto, dictado en el cuartel de Pirital (Sabana del Roble) en noviembre de 1835, pone fin a la contienda en oriente. En 1846, Monagas es postulado como candidato a la presidencia de la República para el período 1847-1851, contando con el apoyo y las simpatías tanto de Páez como del presidente saliente Carlos Soublette. Luego de triunfar en las elecciones presidenciales, es confirmado en el cargo por el Congreso el 20 de enero de 1847 y toma posesión en Caracas el I de marzo. Caracterizado su gobierno por la ruptura con los grupos conservadores y por la aplicación de una serie de medidas consideradas por sus adversarios como arbitrarias, este primer período presidencial de Monagas (1847-1851) se verá signado por los sucesos del 24 de enero de 1848 que culminan con el asalto al Congreso Nacional por parte de Monagas y la imposición de su poder personal. Al término de su primer gobierno (1851) y bajo su tutela, es elegido presidente su hermano José Gregorio (1851-1855). Cabe destacar que tras la presidencia de su hermano, José Tadeo estuvo manejando todos los hilos de la política, hecho que se puso de manifiesto cuando fue reelecto para el ejercicio de la primera magistratura en el nuevo período que se extendería desde 1855 a 1859. Tras su reelección se generó en todo el país un descontento generalizado, por lo que los brotes insurreccionales no se hicieron esperar. Por tal motivo, ante el alzamiento promovido en Valencia por el general Julián Castro, Monagas renuncia a la presidencia el 15 de marzo de 1858, se asila en la Legación de Francia en Caracas y parte al exilio pocas semanas después.
Luego de 6 años en el exilio (1858-1864) retorna a Venezuela para agrupar en torno a su persona al grupo de descontentos con la administración del presidente Juan Crisóstomo Falcón, y a pesar de sus 83 años, le toca encabezar la llamada La Revolución Azul que derroca a Manuel Ezequiel Bruzual, sucesor interino de Falcón, y ocupa Caracas mediante un reñido combate librado en junio de 1868. Posteriormente, el 27 del mismo mes, José Tadeo Monagas, en su carácter de general en jefe de los ejércitos de la revolución, dicta un decreto reorganizando la administración ejecutiva general y el 30 promulga un nuevo decreto que declaraba vigente la Constitución Federal de 1864. Finalmente, se convocaron a elecciones para designar al nuevo presidente de la República, pero el viejo caudillo Monagas, cuya candidatura era la más fuerte, no logró ver culminar el proceso eleccionario y murió a los pocos meses de pulmonía. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 17 de mayo de 1877.
José María Carreño
José Gregorio Monagas
Nace en Aragua de Barcelona (Edo. Anzoátegui) el 4.de Mayo de 1795 y Muere en Maracaibo (Edo. Zulia) el 15 de Julio de 1858. General de la Independencia, presidente de la República (1851-1855) y libertador de los esclavos en Venezuela. Fue el cuarto hijo del matrimonio constituido por Francisco José Monagas y María Perfecta Burgos Villasana. Su padre era ganadero de la región barcelonesa. Con sus otros hermanos, entre ellos José Tadeo, el mayor (quien le llevaba 10 años), ayudó a su padre en el manejo de las propiedades ganaderas que poseía o administraba. Cuando se inició en 1810 la Guerra de Independencia, se alistó como soldado en las fuerzas armadas republicanas, siguiendo los pasos de su hermano mayor. Al reiniciar el general Santiago Mariño la lucha en el oriente del país a comienzos de 1813, José Gregorio Monagas se unió a su ejército bajo las órdenes de Manuel Piar, participando en el sitio de Maturín (marzo de 1813) y en las batallas efectuadas en esa población contra las fuerzas realistas de Lorenzo Fernández de la Hoz (11.4.1813) y Domingo Monteverde (25.5.1813), los cuales fueron derrotados. El 11 de septiembre de ese mismo año, peleó a las órdenes de su hermano José Tadeo en el combate de Cachipo (región de Barcelona), donde lograron rechazar y hacer retroceder al caudillo realista José Tomás Boves. Luego de esto, actuó en la campaña del Centro, emprendida por el general Mariño en auxilio de Simón Bolívar.
José Gregorio se destacó en las batallas de Bocachica (31.3.1814), El Arao (16.4.1814) y en la primera de Carabobo (28.5.1814), todas ellas victorias, a las órdenes del general Mariño y luego a las del Libertador; ya para este tiempo había ascendido a capitán. En este mismo año participó en la derrota sufrida por las fuerzas patriotas en La Puerta (15.6.1814) y sin dejar de combatir, estuvo involucrado en la retirada a oriente donde se halló presente en las acciones de Aragua de Barcelona (17.8.1814), Los Magüeyez (9.11.1814) y Urica (5.12.1814) todas ellas desfavorables a los republicanos en la última de las cuales murió Boves. Además de luchar junto a Santiago Mariño, José Gregorio combatió a las órdenes del general José Félix Ribas, en el último intento por defender Maturín, pero al resultar derrotados allí por Francisco Tomás Morales el 11 de diciembre de 1814, pereció definitivamente la Segunda República. No obstante, al poco tiempo los hermanos Monagas reanudaron la lucha, combatiendo José Gregorio a las órdenes de José Tadeo en San Diego de Cabrutica (15.3.1815), en Peñas Negras (24 de marzo) y en El Palmar (4 de abril), acciones que resultaron exitosas. Es a partir de este momento, cuando ambos hermanos comienzan a perfilarse como los caudillos principales de la región barcelonesa.
Durante 1815 y los primeros meses de 1816, José Tadeo, ya general y José Gregorio, coronel, luchan uno al lado del otro. Por este tiempo se unen al ejército que mandan sucesivamente los generales Gregor MacGregor con el que derrotan al general realista López en el Alacrán (6.9.1816) y Manuel Piar, a las órdenes de quien vencen al brigadier Francisco Tomás Morales en El Juncal (27.9.1816). Por su participación en estas acciones y otras anteriores, el entonces coronel José Gregorio Monagas se ganó el sobrenombre de "Primera Lanza del Oriente" que, más adelante, le será confirmado por el propio Libertador. Durante la campaña libertadora de Guayana iniciada por el general Piar y concluida por Simón Bolívar en 1817, José Gregorio tuvo un papel fundamental en la defensa de los actuales estados Anzoátegui y Guárico contra los ataques de las fuerzas realistas. En 1818, participó en la Campaña del Centro bajo las órdenes del Libertador, luchando en todas las acciones de ésta y en especial en la derrota que sufrió el general Pablo Morillo en Calabozo (12.2.1818), en el combate de La Auriosa (15 de febrero) donde tuvo como jefe directo al general José Antonio Páez, y en El Sombrero (16 de febrero). José Gregorio Monagas peleó luego en la batalla de Semén (18.3.1818), donde los republicanos, al mando del Libertador resultaron vencidos. Protegiendo siempre la retirada, y siempre al lado de Bolívar, luchó Monagas en la batalla de Ortiz el 26 de marzo siguiente.
En 1820 combatiendo una vez más al lado de su hermano José Tadeo, tomó parte en los combates victoriosos de Santa Clara (17.3.1820), Güere (7.6.1820) y Quiamare (2.11.1820), que contribuyeron decisivamente a la liberación de su provincia natal y luego de la ciudad de Barcelona. Terminada la guerra en el oriente con la rendición de Cumaná en 1821, el general José Tadeo Monagas asumió la Comandancia General de la provincia de Barcelona y, a fines de 1822, nombró a su hermano el coronel José Gregorio, comandante militar de la capital de la provincia. Este nombramiento inmediatamente generó las protestas del general José Francisco Bermúdez, por denunciarlo como claro ejemplo de nepotismo; no obstante, el gobierno central, entonces en Bogotá, ratificó el nombramiento a comienzos de 1823. Por otra parte, por este tiempo el coronel José Gregorio Monagas contrajo nupcias con Benita Marrero y fallecida ésta, con su hermana Clara Marrero. De ambos matrimonios hubo descendencia: José Gregorio y Julio César, del primero; Carlos, Domingo, Anacleto, Perfecta, Vestalia, Clara Rosa, Cruz María, Eurípides y Francisco José, del segundo. En 1824, habiendo solicitado refuerzos el Libertador desde el Perú, José Gregorio, que era ya general de brigada graduado, condujo una expedición militar que salió de Venezuela y a través del istmo de Panamá llegó al Perú. Aunque no tuvo la oportunidad de participar en la batalla de Ayacucho, estuvo con sus fuerzas, al mando del general Bartolomé Salom, en el sitio de la plaza fuerte de El Callao durante todo el año de 1825, hasta que el último jefe español que mantuvo su bandera en el Perú, el brigadier José Ramón Rodil, se rindió a comienzos de 1826. De esta manera terminó su carrera militar en la Guerra de Independencia, lo cual le valió que al regresar a Venezuela el Libertador lo nombrara general de brigada efectivo en 1827.
En 1831, después de la separación de Venezuela de la Gran Colombia, los hermanos Monagas mantuvieron por un tiempo en el oriente la causa de la unión grancolombiana, actuando el general José Gregorio frente al presidente José Antonio Páez como jefe de la caballería oriental. En 1835 José Gregorio Monagas fue uno de los sostenedores de la Revolución de las Reformas (al igual que su hermano José Tadeo) y combatió en el oriente y en el Guárico contra las fuerzas constitucionales que comandaba el general Páez. Derrotado este movimiento en 1836, los hermanos Monagas se separaron un tiempo de la actividad política. En 1844, el presidente Carlos Soublette nombró a José Gregorio comandante de armas de Barcelona, cargo que ejerció hasta 1848. Durante la campaña electoral de 1845-46 se produjo un pequeño distanciamiento entre José Tadeo y José Gregorio, ya que siendo el primero candidato presidencial de los conservadores, auspiciado por Páez y Soublette, la candidatura del segundo fue lanzada en las columnas del periódico barcelonés El Republicano, portavoz del liberalismo. Aunque la candidatura presidencial de José Gregorio tuvo cierto apoyo regional, fue la de su hermano la que finalmente triunfó en los comicios electorales.
Después de los sucesos del 24 de enero de 1848 que culminan con el asalto al Congreso Nacional por parte de José Tadeo Monagas y el alzamiento del general Páez; José Gregorio acude en auxilio de su hermano y, en 1848-1849, como segundo jefe de las Fuerzas Armadas y comandante en jefe del oriente, combatió con éxito para sostener al régimen en las campañas del Guárico, Barcelona, Maturín, Cumaná y Margarita. Restablecida la paz y debido al fortalecimiento de sus propias bases de poder, fue candidato a la presidencia de la República, compitiendo con dirigentes liberales como Etanislao Rendón y Antonio Leocadio Guzmán. Finalmente gracias al apoyo de su hermano, fue elegido presidente, posesionándose en Caracas el 5 de febrero de 1851. Durante su gobierno tuvo que enfrentar varias rebeliones militares perpetradas por los paecistas o conservadores, y se distanció políticamente de su hermano. La medida más importante llevada a cabo durante su gestión como presidente de la República, fue la abolición definitiva de la esclavitud en Venezuela, el 24 de marzo de 1854. El 10 de abril siguiente, el Congreso le otorgó el grado de general en jefe. En las elecciones presidenciales de ese mismo año apoyó la vuelta al poder de su hermano, quien resultó electo. Tras hacer entrega de la presidencia José Tadeo el 20 de enero de 1855, José Gregorio se retiró a la vida privada en Barcelona. En 1857, acude una vez más como jefe de las Fuerzas Armadas en apoyo de su hermano mayor, una vez que Julián Castro se alzó en contra se su segundo gobierno (1855-1859). Derrocado José Tadeo en marzo de 1858, José Gregorio Monagas fue arrestado en Barcelona por las nuevas autoridades y enviado preso al castillo de Puerto Cabello, de donde se le transfirió al castillo de San Carlos en la barra de Maracaibo. Allí enfermó, y cuando era conducido a la ciudad de Maracaibo para ser atendido, falleció. Sus cenizas fueron trasladadas el 13 de noviembre de 1872 a la iglesia Santísima Trinidad (hoy Panteón Nacional).
José Félix Blanco
Nace en Caracas el 24 de Septiembre de 1782 y Muere en Caracas el 18 de Marzo de 1872. Sacerdote venezolano, se incorporó con el grado de capellán militar al ejército independentista. También se destacó como funcionario público e historiador. Abandonado por sus padres fue criado por la negra libre Bartola Madrid. El apellido Blanco lo obtuvo de su padrino de confirmación el mantuano José Domingo Blanco. De acuerdo con investigaciones recientes se ha podido constatar que su madre fue María Belén Jerez de Aristiguieta y Blanco, importante dama del mantuanaje caraqueño. Sus estudios los inició en el Seminario de Caracas en 1795 y a fines de 1798, el obispo Juan Antonio de la Virgen María y Viana le concedió licencia para vestir hábito clerical. En 1805 solicitó su graduación universitaria después de haber cursado estudios de filosofía y teología en el seminario, pero ésta se le negó debido a su condición de expósito (persona abandonada por sus padres o de origen dudoso). No obstante, Blanco luchó con las autoridades universitarias y obtuvo en julio de 1807 una real cédula de Carlos IV que le daba la razón pese a la negativa del claustro universitario. En 1809 obtuvo la licencia por parte del Arzobispado para recibir las sagradas órdenes como sacerdote.
A raíz de los sucesos del 19 de abril de 1810, tiene una destacada participación en la lucha independentista. En este sentido, actúa junto al marqués del Toro en las fuerzas que se organizan para llevar a cabo la expedición de Coro, en calidad de capellán del ejército (1810), participando en las acciones de Aribanache (15 de Noviembre) y Sabaneta (30 de noviembre). En 1811 se incorpora como capellán del ejército del Generalísimo Francisco de Miranda, viendo acción en el sitio y asalto a la ciudad de Valencia. El 25 de abril de 1812 combate contra Domingo de Monteverde en Los Colorados de San Carlos y el 3 de mayo del mismo año se encontrará junto al coronel patriota Miguel Carabaño en los morros de Valencia. Tras la caída de la Primera República y la violación de Monteverde de la capitulación firmada por Miranda (25.7.1812), se marcha a la isla de Trinidad. En 1813, luego de la finalización de la Campaña Admirable toma parte en las acciones de Puerto Cabello, Bárbula (30 de septiembre) y Las Trincheras (3 de octubre), Barquisimeto (10 de noviembre), Vigirima (23, 24 y 25 de noviembre) y Araure (5 de diciembre). En marzo del año siguiente actúa junto a José Félix Ribas en Ocumare del Tuy y se integra al ejército del general Santiago Mariño para participar en los combates de Bocachica (31 de marzo). Luego de contribuir a la defensa de Valencia en el primer sitio de esa ciudad, asistió a la primera batalla de Carabobo librada el 28 de mayo de 1814.
Francisco Carvajal
Florencio Palacios
Fernando Figueredo Mena
Nace en San Carlos (Edo. Cojedes) el 29 de abril de 1788 y Muere en Nutrias (Edo. Barinas) el 18 de mayo de 1840. Coronel de caballería de la Independencia. Fueron sus padres José Ignacio Figueredo Gegundes y Ana Josefa Mena Figueredo. Ingresó en el Ejército patriota en 1810. Participó en la Campaña de Coro junto con el marqués del Toro. Posteriormente, fue hecho prisionero tras la derrota de Araure, sufrida por el coronel Florencio Palacios a manos del capitán Francisco Mármol, el 18 de abril de 1812; de allí fue remitido a Coro y luego a Puerto Cabello, donde permaneció cerca de 7 meses. A este castillo llevaron también a su tío Pedro José Figueredo Gegundes, en octubre del mismo año, por haberse expresado contra la Corona, a la que servía.
Fernando Figueredo se une a la Campaña Admirable en 1813 y toma parte en el combate de Taguanes; en 1814 está bajo el mando del general Rafael Urdaneta; con él defiende a San Carlos contra el jefe realista Sebastián de la Calzada (marzo 1814) y luego a Valencia. Con el mismo Urdaneta va en la retirada hacia la Nueva Granada; pasa a Casanare, donde se organiza la resistencia, allí figura como segundo del comandante Francisco Olmedilla, a quien sustituye cuando éste abandona el mando de sus tropas, hasta que José Antonio Páez lo desplaza del mando; no obstante, Figueredo prosigue con éste y participa en todas sus campañas. Luego pasa a unirse a los generales Manuel Piar y Manuel Cedeño en el oriente del país, y con ellos hace la Campaña de Guayana.
En 1818, bajo las órdenes de Simón Bolívar, hace la Campaña del centro contra Pablo Morillo; en este año, se halla en la derrota que el realista Francisco Tomás Morales le asesta a Cedeño, en la laguna de Los Patos (20 mayo), y en la que además perece su hermano el capitán Miguel Faustino Figueredo Mena. Luego de estos acontecimientos, regresa con Páez en 1819 y participa en numerosos combates: Hatos Marrereños, Queseras del Medio, entre otros. De nuevo a las órdenes de Bolívar, participa en la batalla de Boyacá (7.8.1819), donde pierde a su otro hermano el teniente José María Figueredo Mena. En 1821, participa en la batalla de Carabobo. Después, se le designa comandante de armas de San Carlos, hasta 1824, cuando pasa al mismo destino en la provincia de Carabobo, cargo al que renuncia en 1826, ante los sucesos de La Cosiata. En este año pide su baja por motivos personales. Finalmente, en 1827 se le concede licencia temporal como coronel de caballería vivo y efectivo. Se dedica luego al comercio y la ganadería. En San Carlos contrajo nupcias con María Guardiana Ramona de la Trinidad Herrera Valdés. Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 29 de junio de 1937.
lunes, 3 de marzo de 2008
Lino de Clemente y Palacios
Desde 1786 hasta 1800, fue Guardiamarina, Alférez de Fragata, Alférez de Navío y Teniente de Fragata en la Armada Real Española. En 1810 fue nombrado por la Junta Patriótica Secretario de Guerra y Marina y ascendido a Capitán de Fragata.
Elegido como representante de la provincia de Caracas para el Congreso que se instaló en 1811, tuvo la gloria de firmar el Acta de la Independencia y la primera Constitución de la República.
Ascendido a Capitán de Navío, Miranda le nombró Comandante General de los Cuerpos de Artillería y Marina, el 4 de mayo de 1810 la Junta Suprema de Caracas lo designa Secretario de Marina y de Guerra, cargo que en la actualidad corresponde al de Ministro de la Defensa, (por lo que podemos decir que Lino de Clemente fue el primer Ministro de la Defensa de Venezuela), y en 1813 el Libertador le distinguió con el mismo nombramiento, y pasó al Ejército Libertador en 1814. El mismo año fue nombrado Inspector General del Cuerpo de Artillería y Marina y, Agente Extraordinario ante el Gobierno de Su Majestad Británica. En el mes de mayo el mismo año ascendió a General de Brigada.
En 1819, fue nombrado Mayor General de la Marina Nacional, y con tal carácter actuó en las provincias de Santa Marta y Cartagena en abril de 1821. Desde Santa Marta organizó los buques que habían de sitiar a Cartagena.
En 1821, era Comandante en Jefe del Departamento del Zulia. Durante cinco meses combatió a las tropas de Morillo, ubicadas en los Puertos de Altagracia y Misca. En Carache destrozó a Morales y Calzada.
En 1825, era Comandante Militar de la provincia de Caracas, y en abril del mismo año, Ministro de la Corte Marcial de la República.
El 11 de agosto de 1825, fue nombrado Comandante General de la Escuadra de Operaciones que debía formarse en el tercer Departamento de Marina. En marzo de 1826, se le designó Secretario de Estado en el Despacho de Marina. El 24 de noviembre de ese mismo año fue ascendido a General de División.
En diciembre de 1826, se encargó de la Comandancia General e Intendencia del Departamento del Zulia.
El 21 de junio de 1827, se encargó de la Comandancia de Armas de la provincia de Caracas, y el 1º de julio, de la Presidencia de la Comisión de Repartimiento de Bienes Nacionales.
En agosto de 1829, ocupó los cargos de Prefecto del Departamento de Caracas y Director General de Rentas de los de Venezuela.
Por motivos de salud se retiró a la vida privada el 6 de enero de 1830.
Murió el 17 de junio de 1834.
José María Vargas
De regreso al continente americano en 1819, se estableció en la isla de Puerto Rico, ya que en este lugar se encontraban refugiados sus hermanos y su madre, quienes habían huido de la cruenta guerra de Independencia venezolana. En Puerto Rico desarrolló una importante labor profesional y científica, escribiendo numerosos trabajos y colaborando además con la Junta de Sanidad de la isla. En 1825, decidió regresar y establecerse en Venezuela de manera definitiva. Desde su llegada se dedicó de inmediato al ejercicio de su profesión, incorporándose además a la Universidad de Caracas como profesor de Anatomía. En 1827, después de la reorganización de dicha universidad por el Libertador, fue electo rector, el primer rector médico, como lo permitían ya los nuevos estatutos. Es a partir de esta época, cuando Vargas recibe el reconocimiento y el respeto de diversos sectores de la sociedad caraqueña, debido a su exitosa labor administrativa, gracias a la cual consiguió poner al día las cuentas de la universidad. Por otra parte, además de sanear las rentas de la universidad, se dedicó a reorganizar las diversas facultades, crear nuevas cátedras, a las reparaciones físicas de los locales, a la organización de bibliotecas, y a relacionar la universidad con otros planteles. En consecuencia, al término de su desempeño como rector, la universidad se había convertido en un modelo de eficacia administrativa y en un prestigioso centro de estudios.
Como profesor de anatomía, inauguró las disecciones de cadáveres, procedimiento que era sumamente novedoso para la época, lo que le confirió extraordinaria reputación como docente. En 1827 fundó la Sociedad Médica de Caracas, con la cual se comenzaron a practicar reuniones científicas en el país. Durante este período desarrolló además una amplia labor de investigación en el área botánica, que le llevó a establecer relaciones con hombres notables de esta ciencia en el mundo entero. Como ejemplo de esta circunstancia, tenemos que De Candolle, uno de los más grandes botánicos de la época, bautizó algunas plantas con el nombre de Vargasia en homenaje a los trabajos realizados en la materia por Vargas. En 1829, al ser fundada en Caracas la Sociedad Económica de Amigos del País, Vargas fue designado su primer director. Una vez concluido su rectorado, Vargas se dedicó de lleno a la instrucción, fundando en 1832 la cátedra de Cirugía. Por otra parte, simultáneamente con sus actividades científicas y educativas, Vargas tomó parte en las actividades políticas, asistiendo al Congreso Constituyente de 1830, donde desplegó una gran actividad en las comisiones de trabajo, en las sesiones plenarias y en muchas oportunidades salvó su voto al estar en desacuerdo con algunos planteamientos del Libertador, lo que no obstante, no le impidió ser nombrado ese mismo año como albacea testamentario de Bolívar.
En 1834, cuando se comienza a hablar de los candidatos para el período presidencial (1835-1839), su nombre se menciona con gran insistencia sobretodo en los círculos intelectuales, lo que de alguna manera expresaba cierta actitud antimilitarista. En otras palabras, para 1835 Venezuela el papel protagónico de la vida política era ejercido por los jefes militares que habían tomado parte en la Independencia venezolana y de los otros países bolivarianas. Por tal motivo, ciertos sectores de la sociedad venezolana que veían con desconfianza a esta multitud de hombres que tenían lógicas ambiciones políticas y de poder, trataron de reforzar el poder civil mediante la prestigiosa figura de José María Vargas. En este sentido, la opinión pública caraqueña y nacional, comenzaron a presionar sistemáticamente a un reticente Vargas para que aceptara la primera magistratura, a lo que accedió finalmente. Fue electo presidente en las elecciones de 1834, voto ratificado por el Congreso el 6 de febrero de 1835 y se encargó de la presidencia el día 9. Posteriormente el 8 de julio de 1835 estalló la llamada Revolución de las Reformas que lo depuso del cargo y lo envió exiliado a Saint Thomas. Sin embargo, al poco tiempo fue restituido en la primera magistratura, luego que José Antonio Páez al mando del ejército constitucional derrotara a los rebeldes. Vargas continuó como Presidente de la República hasta abril de 1836, fecha en la que renunció irrevocablemente a dicho cargo.
Después de su experiencia como primer magistrado, se dedicó durante el resto de su vida exclusivamente a la educación. Durante esta etapa de su existencia, asumió la presidencia de la Dirección general de Instrucción Pública, la cual ejercerá desde 1839 hasta 1852. Asimismo, continuó dando en la Universidad sus clases de anatomía y cirugía, fundando además en 1842 la cátedra de Química. Presidió también la comisión encargada de exhumar en Santa Marta los restos del Libertador y conducirlos a la Patria, misión que fue completada en diciembre de 1842. En agosto de 1853, sintiéndose enfermó viajó a Estados Unidos, donde residió primero en Filadelfia y luego en Nueva York donde finalmente murió el 13 de julio del año siguiente. En 1877, sus cenizas fueron traídas a Caracas y sepultadas en el Panteón Nacional el 27 de abril de ese mismo año.
sábado, 23 de febrero de 2008
Bolívar y su perro Nevado
Ante la actitud resuelta y amansadora del perro, brillaron de súbito diez o doce lanzas enristradas contra él, pero en el mismo instante se oyó a espalda de los dragones una voz de mando que en el instante fue obedecida:
--- ¡No hagáis daño a ese animal! ¡Oh, es uno de los perros más hermoso que he conocido!
Era la voz del Brigadier Simón Bolívar, que cruzaba los ventisqueros de Los Andes con un reducido ejército. Por algunos momentos estuvo admirando al perro que parecía dispuesto a defender por si solo el paso contra toda la escolta de caballería, hasta que el dueño de la casa, don Vicente Pino, salió a la puerta y lo llamó con instancia.
--- ¡Nevado!... ¡Nevado! ¿Qué es eso?
El fiel animal obedeció en el acto y se volvió para el patio de la casa gruñendo sordamente. Su pinta era en extremo rara y a ella debía el nombre de Nevado, porque siendo negro como un azabache, tenía orejas, el lomo y la cola blancos, muy blancos, como copos de nieve. Era una viva representación de la cresta nevada de sus nativos montes.
El señor Pino, era un respetable propietario, se puso inmediatamente a las órdenes de Bolívar y sus oficiales, y obtenidos de él los informes que necesitaban referente a la marcha que hacían, la continuaron hacia Mucuchíes, donde iban a pernoctar. Bolívar miró por última vez a Nevado con ojos de admiración y profunda simpatía, y al despedirse preguntó al señor Pino si sería fácil conseguir un cachorro de aquella raza.
--- Muy fácil me parece, le contestó, y desde luego me permito ofrecer a S. E. que esta misma tarde lo recibirá en Mucuchíes, como recuerdo de su paso por estas alturas.
Media hora después de haber llegado el Brigadier a la citada villa, le avisaron que un niño preguntaba por él en la puerta de su alojamiento. Era un chico de once a 12 años, hijo del señor Pino, que iba de parte de éste, con el perro ofrecido.
--- ¡El mismo perro Nevado! ---Exclamó Bolívar--- ¿Es éste el cachorro que me envía tu padre?
--- Si señor, éste mismo, que todavía es cachorro y puede acompañarle mucho tiempo.
--- ¡Oh, es una preciosa adquisición! Dígale al señor Pino que agradezco en lo que vale su generoso sacrificio, porque debe ser un verdadero desprenderse de un perro tan hermoso.
El chico regresó a Moconoque aquella misma tarde satisfecho de los agasajos y muestras de cariño que recibió de Bolívar. Este niño fue don Juan José Pino, que llego a ser padre de una numerosa y honorable familia de Mérida y alcanzó la avanzada edad de noventa y cuatro años.
Bolívar quedó contentísimo con el espléndido regalo y no cesaba de acariciar a Nevado, que por su parte no tardó en corresponder a las caricias, haciéndolo en ocasiones con tanta brusquedad que más de una vez hizo tambalear al Libertador al echársele encima para ponerle las manos en el pecho.
Averiguando con varios señores de Mucuchíes si había en la tropa algún recluta del lugar conocedor del perro, para confiarle su cuidado y vigilancia, se le informó que en el destacamento que comandaba Campoelías había un indio que era vaquero de la finca del señor Pino, y por consiguiente conocedor del perro y de sus costumbres.
No fue menester más. Inmediatamente despachó Bolívar una orden a Campoelías, que estaba fuera del pueblo, para que le mandase al indio, llamado Tinjacá. Era éste un indígena de raza pura, como de treinta años, leal servidor y de carácter muy sencillo. La orden, despachada a secas sin ninguna explicación, fue militarmente obedecida. El indio se encomendó a Dios, confuso y aterrado, al verse sacado de las filas, desarmado y conducido a Mucuchíes con la mayor seguridad y sin dilación alguna. El pobre creyó que lo iban a fusilar.
Era ya de noche, y Bolívar, envuelto en su capa por el frío intenso del lugar, revisaba el campamento acompañado de algunos oficiales, cuando se le presentaron con el recluta.
--- ¿Eres tú el indio Tinjacá?
--- Si, señor.
--- ¿Conoces el perro Nevado del señor Pino?
--- Si señor, se ha criado conmigo.
--- ¿estás seguro de que te seguirá a donde quiera que vayas sin necesidad de cadena?
--- Si, señor, me ha seguido siempre, contestó el indio volviendo en si de su estupor.
--- Pues te tomo a mi servicio con el único encargo de cuidar al perro.
El indio estaba tan turbado por la brusca transición efectuada en su ánimo, que no acertó a decir palabra alguna de agradecimiento.
Al cabo se atrevió a preguntar tímidamente donde estaba el perro.
--- Está amarrado en mi alojamiento, le contestó Bolívar.
--- Pues si su merced quiere una prueba del cariño que me tiene Nevado, mande a que lo suelten y le respondo que el punto vendrá para acá, a pesar de la distancia y de la oscuridad de la noche.
Bolívar clavó sus ojos en el indio y se sonrió, manifestando de este modo su incredulidad; pero después de reflexionar un poco dio la orden y se quedó en el mismo sitio, advirtiendo a Tinjacá que si la prueba resultaba adversa le castigaría severamente.
Las calles de la villa se hallaban a aquella hora cruzadas por muchos jinetes e infantes ocupados en procurar a las tropas el rancho y las comodidades necesarias. Bolívar empezó a temer que el perro al verse suelto, se volviera como un rayo para Moconoque, pero en ese momento Tinjacá se llevó la mano derecha a la boca y acomodándose los dedos entre los labios de un modo peculiar, lanzó un silbido extraño y penetrante, distinto a los demás silbidos que hasta allí habían oído Bolívar y sus compañeros. Algo salvaje y guerrero había en aquel silbido que dominó todos los ruidos y algazara de los vivac y debió de resonar muy lejos.
--- El perro debe ya estar suelto, dijo Bolívar con inquietud, volviéndose hacia Tinjacá.
--- Si señor, respondió éste, y muy pronto estará aquí.
Y seguidamente lanzó al viento otro agudo silbido que hizo vibrar el tímpano de todos los presentes. Hubo un momento de ansiedad. Todos los corazones palpitan aceleradamente, menos el del indio, que lleno de confianza, esperaba tranquilamente el resultado, sondeando la oscuridad con sus miradas en la dirección del alojamiento del brigadier, que distaba de allí tres o cuatro cuadras. Un grito de contento escapó de sus labios.
--- ¡Allí viene, exclamó, echando con ligereza un pie atrás para recibir sobre el pecho el pesado cuerpo del perro, que se le tiró encima dando saltos de alegría.
--- Ya ve su merced como el perro si me quiere, dijo respetuosamente Tinjacá dirigiéndose a su jefe.
Todos quedaron admirados del hecho, que vino a aumentar, si cabe, la estimación y afecto que ya Bolívar tenía por su perro. El mismo le daba de comer, porque decía que el perro debe recibir siempre la ración directamente de las manos del amo. El resultado de estas contemplaciones fue que a los pocos días Nevado tenía por su nuevo jefe el mismo cariño que tenía por Tinjacá, y que Bolívar aprendió a llamarle de muy de lejos con el mismo silbido cuasi salvaje que le enseñó el indio.
Del ingenio festivo y picaresco de algunos oficiales del Estado Mayor salió la especie de bautizar a Tinjacá con el nombre de "Edecán del Perro" especie que celebró Bolívar, pero no sus edecanes, a quienes nunca les cayó en gracia tal nombre.
Nevado compartió los azares y la gloria de aquella épica campaña de 1.813. Sus furibundos ladridos se mezclaban sobre los campos de batalla al redoble de los tambores y estruendo de las armas. Era un perro de continente fiero, semejante a un terranova, pero singularmente hermoso, que se atraía las miradas de todos en las ciudades y villas por donde pasaban.
El siete de Agosto en la entrada triunfal a Caracas, Nevado, acezando de fatiga, seguía a su amo bajo los arcos de triunfo y las banderas que adornaban las calles de la gentil ciudad. Más de una flor perfumada, de las muchas que arrojaban de los balcones sobre la cabeza olímpica del Libertador, vino a quedar prendida en los níveos vellones del perro.
El hermoso Nevado era digno de aquellas flores.
Meses antes, sobre el campo de Carabobo, donde habían sido derrotadas por completo las armas realistas, Nevado estuvo al punto de ser lanceado al precipitarse sobre los caballos enemigos. El perro parecía perder el juicio a la vista del humo de la pólvora, del choque de las armas y las sangrientas escenas del combate.
Para prevenir este mal, Bolívar ordenó a Tinjacá que tuviese amarrado el perro en las acciones de armas, y esta orden, estrictamente obedecida, fue acaso su perdición en La Puerta, porque sus fuertes latidos, escuchados desde muy lejos orientaron a los perseguidores, y pronto descubrieron éstos a Tinjacá, que huía siguiendo los pasos de Bolívar, pero entorpecido por el perro que iba amarrado a la cola del caballo.
El perro y su guardián fueron presentados a Boves como una presa inestimable. Hasta las filas realistas había llegado la fama del noble animal. En los labios de Boves apareció una sonrisa siniestra, y con la refinada malicia que lo caracterizaba se dirigió al atribulado indio diciéndole:
--- Has cambiado de amo, pero no de oficio. Te necesito para que me cuides al perro, y por eso te perdono la vida. Yo sé que no te atreverías a huir, porque él sería el primero en descubrirte hasta en las entrañas de la tierra.
Boves acarició a Nevado, seducido por su tamaño y rarísima pinta, pensando desde luego aprovecharse de si finísimo olfato para descubrir algún día el paradero de Bolívar y sus más allegados tenientes, a quienes el perro no podría olvidar en mucho tiempo.
Nevado asistió cautivo al sitio de Valencia que Boves dirigía personalmente. Bolívar había ordenado a Escalona que defendiese la ciudad a todo trance; y Escalona y su puñado de héroes así lo hicieron, hasta que reducidos al escaso número de noventa soldados, sin pertrechos ni víveres y constreñidos por los clamores del vecindario se vieron en la dura necesidad de aceptar la capitulación propuesta por Boves, quien se adueñó de la plaza por este medio.
Pero antes, este sanguinario jefe realista hizo celebrar una misa en su campamento, y adelantándose hasta el altar en el momento solemnísimo de la elevación, juró en alta voz ante la Hostia consagrada que haría cumplir los artículos de la capitulación, los cuales garantizaban la vida y la hacienda al vecindario y guarnición de la ciudad heroica. Lo que después sucedió no habrá historiador que lo relate sin llamar la cólera del cielo sobre aquel insigne malvado.
Tinjacá y el perro fueron incorporados en la guardia personal del feroz caudillo, alojándose con él en la casa del Suizo, recinto lleno de familias patriotas, asiladas allí por temor de los ultrajes de la soldadesca desenfrenada.
Muchas damas patriotas, temerosas de provocar la ira del vencedor, asistieron, llenas de angustia y de sobresalto, al baile que la oficialidad realista organizó en la propia casa del Suizo, residencia de Boves, para obsequiar a éste por el triunfo de sus armas, y cuando este hombre infernal agasajaba con pérfidas sonrisas a matronas y señoritas allí reunidas; en los hogares de éstas, en las prisiones y en las calles corría despiadadamente la sangre de los patriotas.
Aquel sombrío personaje de la leyenda arábiga, el jefe de las Abasidas, que hizo sacrificar a más de ochenta individuos de la ilustre familia Omniades, prisioneros que descansaban en la fe de sus palabras, y que sobre sus cuerpos aún agonizantes hizo tender tapices y servir un banquete a los oficiales de su ejército; ese califa pérfido fue sin embargo menos cruel e inhumano que Boves en aquella Sanbartolomé valenciana. Este monstruo llevó su refinamiento hasta hacer que las madres, esposas e hijas de las víctimas danzasen entre música y flores en medio del esplendor de las bujías a la misma hora que, allá entre las sombras, se retorcían sus deudos más queridos, villanamente sacrificados a lanzazos por una turba de asesinos.
Antes que llegase a conocimiento de aquellas mártires la tremenda verdad de su infortunio y la inaudita perversidad de Boves, ya esto se sabía y se comentaba en los corredores de la casa, en los cuales reinaba un extraño movimiento. Entrada y salida de oficiales, órdenes secretas, sonrisas diabólicas en unos, caras de espanto en otros. Todo lo advirtió Tinjacá y tembló de pies a cabeza. ¡La hora de la matanza había llegado!
Los distinguidos patriotas Peña y Espejo, que estaban bailando, desaparecieron sin saberse cómo de manos de sus verdugos, cuando dentro de la misma sala uno de los oficiales tenía ocultas dentro de la misma chaqueta las cuerdas para amarrarlos. Al día siguiente, descubierto el doctor Espejo en su escondite, fue fusilado en la plaza pública.
El indio concibió al punto la idea de fugarse con el perro, su fiel e inseparable compañero, pero lo detuvo la consideración de que Nevado lo comprometería, porque a pesar de la mucha gente y gran animación que había en la casa, sería muy notable su salida acompañado del perro, el cual estaba encadenado en el exterior de la casa por orden expresa de Boves.
¿Qué hacer en esos momentos críticos? Empezaba a oírse en labios de la soldadesca los nombres de los patriotas asesinados aquella misma noche, y multitud de partidas armadas cruzaban descaradamente las calles en busca de víctimas. Tinjacá corrió al interior de la casa, y so pretexto de que iba a partir pan para darle al perro, pidió en la cocina un cuchillo de servicio. Seguidamente se dirigió al lugar donde estaba el perro, que se hallaba inquieto y gruñendo de cuando en cuando por el ruido inusitado que llegaba a sus oídos. Con suma rapidez se allegó a él, lo acarició con más extremos que nunca y disimuladamente le cortó el collar de cuero de donde prendía la cadena, dejándole unidos apenas por un hilo, de suerte que nevado con poco esfuerzo se viera libre; y repitiéndole sus extremadas caricias, hasta dejarlo sosegado, se alejó de alli, escurriéndose por entre la mucha gente que llenaba la casa.
Al verse en la calle, consultó la dirección del viento y se alejó de aquella mansión diabólica. Mas de una vez se detuvo y vaciló. El paso que daba podía costarle la vida. Tenía muy presentes las palabras de Boves cuando cayó prisionero en La Puerta. Huir solo era menos expuesto, pero no podía resignarse a dejar el perro, por el cual sentía un cariño entrañable, un cariño que rayaba en culto, a que se unía el orgullo de ser el único guardián, el único responsable de aquel animal que era para Bolívar una joya de gran valor. El pobre indio de los páramos veía en Nevado el talismán de su fortuna; a él le debía su posición al lado del Libertador, y el cariño sincero que éste le profesaba. Abandonarlo, era sacrificar su carrera, su porvenir, era sacrificarlo todo.
La música del baile aún llegaba vagamente a sus oídos. Era necesario detenerse un momento y esperar. Por fortuna la calle en aquel paraje estaba solitaria, a la inversa de los alrededores de la casa del Suizo, donde hervía el concurso de soldados y curiosos.
Cesó la música, y repentinamente en los grupos militares y otras personas que llenaban los corredores y pórticos de la casa se notó un movimiento simultáneo de sorpresa y terror.
--- ¡Se ha soltado el perro! Exclamaron muchas voces.
Efectivamente. Nevado atravesaba como una flecha los corredores de la casa y rompiendo por el apiñado grupo que obstruía la puerta, derribando a unos y haciendo tambalear a otros se lanzó a la calle, atronando con sus latidos a todo el vecindario. Ya fuera, se detuvo unos instantes, volviendo a todas partes la cabeza, con la nariz hinchada, en alto las velludas orejas y batiendo su hermosísima cola, que a la luz que desprendían las ventanas del Suizo semejaba un gran plumaje, blanco, muy blanco, como la nieve de los Andes.
Oyese un silbido lejano que pasó inadvertido para los presentes, pero no para el perro, que partió, como tocado por un resorte eléctrico, desapareciendo a la vista de los circundantes, al tiempo que el mismo Boves salía a la puerta y lo llamaba con instancia. Cuando éste se convenció, por el examen de la cadena, que la fuga del perro era premeditada, se colmó en su ánimo la medida del odio y de la venganza.
Allá, en la oscura bocacalle, el indio postrado en tierra, sujetó rápidamente al perro por el cuello con una correa que se quitó del cinto, y rasgando una tira de la falda de su camisa empezó a amordazarle, ingrata operación que el inteligente animal soportó dócilmente, aunque manifestando su contrariedad y sufrimiento con lastimeros quejidos.
Hecho esto, el indio tomó un rumbo opuesto para desorientar a los que saliesen a perseguirlos, que naturalmente seguirían la dirección que el perro había tomado en la calle. Ora avanzando cautelosamente, ora retrocediendo al sentir los pasos de alguna escolta, con mil rodeos y angustias caminaba en dirección a los corrales, para allí tomar vía de Barquisimeto.
De pronto, a la mitad de la cuadra, sintió pasos acelerados que venían a su encuentro. Retroceder era imposible. Los pasos se acercaron más, hasta que sus ojos espantados vieron dibujarse entre las sombras un bulto informe. Era por fortuna una persona inofensiva, un padre que pasó de largo por la acera opuesta, llamado sin duda para auxiliar algún herido, según creyó Tinjacá. Pero, no, aquel aparente religioso, como después lo supo, era el bravo Escalona, que en hábito de fraile, se escapaba también de la matanza.
La situación del indio, que caminó toda aquella noche sin descanso, era notablemente crítica porque el perro era demasiado conocido en las villas y lugares por donde había pasado el Libertador, lo que le obligaba a una marcha sumamente penosa por páramos extraviados; pero si Nevado era para él una amenaza constante y causa de mil zozobras por los campos y vecindarios que recorría, todos enemigos, en cambio era también un compañero fiel y cariñoso que velaba el sueño y sabía esgrimir sus poderosas garras y agudos colmillos para defenderle en cualquier lance personal.
Al cabo de algunos días logró incorporarse a la gente de Rodríguez, jefe patriota de la guarnición de San Carlos, llamado por Escalona cuando se supo la ya proximación de Boves. Sabido es que Rodríguez llegó a los alrededores de Valencia con su tropa, que no pasaba de cien hombres, tuvo que retirarse, porque el ejército sitiador le impidió la entrada. Unido pues a este puñado de valientes, corrió la suerte de ellos, atravesando lugares llenos de guerrillas enemigas, ora combatiendo día y noche, ora pereciendo de necesidades en selvas y desiertos, hasta que lograron al fin, incorporarse todos, esto es, cuarenta o cincuenta que sobrevivieron, al no menos heroico ejército de Urdaneta, que alcanzaron en El Tocuyo, para emprender juntos aquella célebre retirada que salvó del pavoroso naufragio de 1814 la emigración y las reliquias de la Patria.
A su paso por Mucuchíes, Urdaneta dejó de retaguardia en ese lugar trescientos hombres al mando de Linares, y con el resto de sus tropas tomó Mérida. El valor temerario de Linares lo obligó a combatir con Calzada, que lo seguía y que casi inesperadamente descendió del páramo del páramo de Timotes y los atacó con su ejército en la propia villa de Mucuchíes.
Tinjacá y Nevado, como es natural, estaban allí con la fuerza de Linares en su tierra nativa, y se vieron envuelto en aquel combate heroico, que fue desastroso para los patriotas. El pronto auxilio despachado de Mérida al mando de Rancel y Páez, que volaron con un cuerpo de caballería al socorro de Linares, llegó tarde pues se encontraron con los primeros derrotados una legua antes de llegar a la villa.
El pánico y la consternación se adueñaron de Mérida cuyo vecindario vino aumentar la gran emigración de familias que venían desde el centro de la República al amparo de Urdaneta quien continuó su marcha hacia la Nueva Granada.
¿Qué había sido de Tinjacá y Nevado? Tratándose del perro del Libertador, Urdaneta y su oficialidad averiguaron con los derrotados por su paradero, pero nadie les dio razón y se temió que hubiese caído otra vez en manos de los españoles. Pero eso no era cierto, porque sabedor Calzada que el perro se hallaba en el combate de Mucuchíes hizo las más escrupulosas pesquisas para descubrirlo, allanando al intento la casa y hacienda del señor Pino, su primitivo dueño; pero todo fue en vano: Tinjacá y Nevado no se volvieron a ver. Parecía que se los había tragado la tierra.
Meses después, cuando Bolívar y Urdaneta se vieron en Pamplona por primera vez después de estos desastres, aquel supo con tristeza, toda la historia del perro, y admirando la fidelidad y valentía del indio, exclamó con entera seguridad:
--- ¿Sabe usted, Urdaneta que abrigo una esperanza?
--- Espero conocerla, general.
--- Pues creo que mi perro vive y que lo hallaré cuando atravesemos de nuevo los páramos de los Andes para liberar a Venezuela.
No era la primera vez que Bolívar hablaba en tono profético.
Han transcurrido seis años. Por lo alto de los páramos de Mérida marchan con dirección a Trujillo varios batallones del ejército patriota; y nuevamente se detiene frente a la casa de Moconoque un considerable número de jinetes. Es Bolívar y su brillante Estado Mayor.
--- Llamad en esta casa, dijo el Libertador a uno de sus edecanes.
El estrecho camino apenas podía contener a los jefes y los oficiales que habían echo alto en aquel sitio.
La casa estaba cerrada, y sólo después de fuertes y repetidos golpes crujieron los cerrojos de la puerta, y apareció en el umbral una india anciana, trémula y vacilante, que era la casera, la cual miró con ojos asombrados a la brillante comitiva.
--- ¿Vive todavía aquí D. Vicente Pino o alguno de su familia?, le preguntó Bolívar.
--- No, señor. Todos emigraron para la Nueva Granada, hace algunos años.
--- ¿Puede usted, entonces, informarme algo sobre el paradero del perro Nevado y el indio Tinjacá, después del combate de Mucuchíes?
--- He oído contar muchas veces la historia del indio y el perro, pero ni aquí han vuelto ni nadie sabe que ha sido de ellos.
Cuando Bolívar y su Estado Mayor continuaron la marcha, la india, deslumbrada todavía por le brillo y bizarría de tantos oficiales volvió a correr los cerrojos de la puerta, y se entró a comentar el suceso con los otros habitantes de la casa.
--- ¡Jesús credo! les dijo, esto es para confundir a cualquiera. Otra vez el perro; otra vez la misma pregunta. Si pasan los españoles, averiguan por el perro, si pasan los patriotas, la misma cosa. ¡Ese animal debe valer mucho dinero!
Pero no solamente en Moconoque, sino en la Villa de Mucuchíes, a cada paso de tropas eran interrogados los vecinos sobre el perro, cuyo desaparecimiento estaba envuelto en el misterio. Bolívar también averiguó allí por Nevado y su guardián sin resultado alguno, y con esto perdió la esperanza que había abrigado de hallarlo a su paso por los páramos de Mérida.
Al día siguiente emprendieron la gran ascensión del páramo de Timotes. Pronto pasaron el límite de las últimas viviendas humanas y entraron en la soledad terrible, donde la marcha es lenta y silenciosa, ora cortando por la falda de un cerro, ora subiendo por un plano rápidamente inclinado, con harta fatiga de las bestias de silla. Ya hemos dicho que el silencio allí es completo, y absoluta la desnudez del suelo. Hasta la menuda gramínea y la reluciente espelia, que constituyen la única vegetación de estas elevadas regiones, desaparecen en aquella espantosa soledad de varias leguas.
Los caracteres más alegres y festivos allí se apocan y entristecen. Una fuerza oculta nos obliga a callar, rindiendo así culto al Dios fabuloso, que según los indígenas vivía de pie sobre el risco más empinado de los Andes, con la frente inclinada sobre el pecho y el dedo índice apoyado en los labios; era el Dios de la meditación y del silencio.
El Estado Mayor de Bolívar marchaba con una lentitud imponente. Sólo se oían las pisadas y fuertes resoplidos de los caballos acesantes. El panorama, en lo general uniforme, ofrecía sin embargo rápidos cambiamientos debido al viento helado que soplaba en aquellas cumbres, el cual tan pronto acumula nieblas en torno del viajero, envolviéndolo por completo, como las aleja, ensanchándose el horizonte, para dejarle de ver aquí y allá riscos y peñones atrevidos, que asoman sus cabezas por entre las nubes de un modo tan caprichoso como fantástico.
Los hilos de agua que vienen de lo alto, acrecidos por las lluvias y los deshielos, forman zanjones profundos que cortan el camino de trecho, cuando de repente se oyó un grito de guerra.
--- ¡Viva la Patria! ¿Viva Bolívar!
Grito inesperado que rompió el silencio augusto del gran Páramo y que por un fenómeno propio de la comarca, fue repetido al punto por bocas misteriosas que se abrieron en el fondo de los valles y cañadas, al conjuro del Dios Eco; de suerte que las voces "Patria" y "Bolívar", fueron retumbando de cerro en cerro hasta morir débilmente en la lontananza como el vago rumor de un trueno.
Antes que el eco se extinguiese, Bolívar vio salir de aquellos zanjones un personaje extraño, que parecía estar allí acechándole el paso y que corrió hacia él con la ligereza del gamo. Una larga y oscura manta rayada de colores muy vivos cubría casi todo el cuerpo de aquel hombre, que todos tomaron por un loco en vista del modo tan brusco e inusitado con que se presentaba.
--- ¿No me conoce ya S. E. dijo dirigiéndose al Libertador con el sombrero en la mano?
--- ¡Tinjacá! exclamó Bolívar lleno de asombro.
--- Siempre a sus órdenes, mi general. Ayer supe en mi retiro del páramo que S. E. pasaba.
--- ¿Y el perro? ¿Dónde está Nevado? --- Le preguntó Bolívar sin dejarle proseguir.
--- Está por aquí mismo con una persona de confianza, pero no lo traje porque todavía dudaba, y quise ver por mis propios ojos si era verdad que S. E. iba con el ejército.
--- Pues ve a traérmelo en el acto.
--- No hay necesidad. El vendrá solo --- le contestó el indio mientras hacía un movimiento para llamarlo, pero al instante Bolívar lo detuvo, diciéndole:
--- ¡Espera! que yo le llamaré.
Y con la exclamación de alegría, que era indescriptible como la sorpresa de sus tenientes, zafóse el guante y llevándose a los labios sus dedos acalambrados por el frío, lanzó al viento aquel silbido extraño, cuasi salvaje, que en otro tiempo había aprendido del indio, el mismo que oyó por primera vez en la helada villa de Mucuchíes y que más tarde salvó a Nevado, en la trágica noche de Valencia. El eco se encargó de repetir y prolongar el silbido, que fue a extinguirse como un débil lamento en el confín lejano.
Entre tanto, Tinjacá sonreía contento, los jefes y oficiales esperaban sorprendidos el desenlace de aquella inesperada escena: Bolívar, pálido de gozo, rasgaba la niebla con sus miradas de águila.
--- ¡El perro! ¡El perro!
Sobre el borde de un barranco próximo había aparecido Nevado, el mismo Nevado, más hermoso y altivo que nunca, batiendo al aire su abundante cola, que semejaba un plumaje blanco, muy blanco como copos de nieve. Momentos después, la cabeza del perro desaparecía bajo los pliegues de la capa del Libertador, que se inclinó en su caballo para recibirlo en sus brazos.
Si con el estado mayor hubiese ido la banda marcial, él mismo habría ordenado que en aquel mismo sitio, sobre una de las cumbres más elevadas de los Andes, resonasen clarines y tambores en alegres dianas por el hallazgo de su perro.
A partir de esa fecha, Nevado siguió a Bolívar por todas partes, ora jadeando detrás del caballo en las ciudades y campamentos, ora dentro de un cesto, cargado sobre una mula, a través de largas distancias y en marchas forzadas. Él estuvo echado junto a la Piedra Histórica de Santa Ana de Trujillo en la célebre entrevista de Bolívar con Morillo, provocando las miradas curiosas y la admiración de los oficiales españoles que conocían su historia; y en Santafé y durmió algunas siestas en la mansión de sus virreyes, sobre las ricas alfombras del palacio de San Carlos, en Bogotá.
Atravesando Bolívar con sus edecanes por un hato de los llanos, salieron de un caney una multitud de perros de todos los tamaños y se arrojaron sobre los caballos, ladrándoles con tanta algarabía y obstinación, que los oficiales iban ya a valerse de sus espadas para librarse de aquel tormento cuando le llegó el remedio, porque oyendo Nevado, que venía un poco adormilado dentro del cesto, los destemplados aullidos de aquella jauría, se botó al suelo de un salto, y a todo correr y dando descomunales ladridos arremetió de lleno contra la ruidosa tropa de podencos, los cuales huyeron al punto poseídos, de terror.
--- ¡Bravo, bravo! ¡Los has hecho muy bien Nevado! - Exclamaron los oficiales, agradecidos al potente animal que le quitaba de encima aquella insoportable molestia, a lo que agregó Bolívar, riéndose de la derrota de los galgos:
--- Esos pobres perros jamás habían visto un gigante de su especie.
El 24 de junio de 1821, en la célebre llanura de Carabobo, enardecido el perro en medio de la batalla se lanzó como una fiera sobre los caballos españoles, no obstante su edad de nueve años que empezaba a privarle de rapidez en la carrera y hacerle más fatigosas las marchas sorprendentes de su perínclito amo. En vano se le llamó repetidas veces. Ni él ni Tinjacá, que lo seguía, volvieron a presentarse a los ojos de Bolívar ni de su Estado Mayor.
Ya sonado en el glorioso campo las dianas de triunfo y solo se oían a los lejos las descargas de la fusilería que daba Valencey en su heroica retirada. Bolívar, vuelto en sí del frenético entusiasmo de la victoria, pregunta de nuevo por su perro, en momentos en que recorría el campo, cuando se presenta un Ayudante y le dice:
--- Tengo la pena de informar a S. E. que Tinjacá, el indio de su servicio, está gravemente herido.
--- ¿Y el perro? --- preguntó al punto.
--- El perro... --- dijo titubeando el Ayudante --- el perro también está herido.
Bolívar puso al galope su fogoso caballo de batalla en la dirección indicada.
Un cirujano hacía la primera cura al pobre indio, quien al divisar al Libertador, hizo un gran esfuerzo para incorporarse, diciendo con voz torpe y extenuada:
--- ¡Ah, mi general, nos han matado al perro!...
Bolívar miró en torno con la rapidez del rayo y descubrió allí mismo, a pocos pasos de Tinjacá, el cuerpo examine de su querido perro, atravesado de un lanzazo. El espeso vellón de su lomo blanco, muy blanco, como la nieve de los Andes, estaba tinto en sangre roja, muy roja, como las banderas y divisas que yacían humilladas en la inmortal llanura.
Contempló en silencio el tristísimo cuadro, inmóvil como una estatua, y torciendo de pronto las riendas de su caballo con un movimiento de doloroso despecho, se alejó velozmente de aquel sitio. En sus ojos de fuego había brillado una lágrima, una lágrima de pesar profundo.
El hermoso perro Nevado era digno de aquella lágrima.