Comentarios y sugerencias escribir a:

viernes, 6 de febrero de 2009

EL ASESINATO DEL MARISCAL SUCRE




















Bajo el techo de la Iglesia Catedral Metropolitana de Quito descansan los restos de Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, Vencedor de Pichincha y de Tarqui, Primer Presidente de Bolivia, el soldado más notable de las luchas independentistas y el militar a quien el Libertador quiso y respetó más. La historia de cómo terminaron sus restos allí es larga, porque pasaron setenta años de ocultamiento, temores, dudas, agrias discusiones, antes de que al fin se les diera sepultura digna. Paradójicamente, a pocos metros, en preferente lugar del mismo templo, están también las cenizas del general Juan José Flores, Primer Presidente del Ecuador. Hay que decir "paradójicamente", porque fue a Flores que un Congreso de incondicionales designó "Padre de la Patria"; título que nadie dudaría ahora en conferir a Sucre con mucha mayor razón.
Al fin Y al cabo, la vida de las naciones es así. Terminaron por descansar juntos los restos de quienes para algunos son el asesino y su víctima; pero para todos, sin duda, el sujeto de un crimen político y el beneficiario principal de ese crimen. La muerte de Sucre consolidó el poder de Flores en lo que solo días antes había comenzado a ser el Ecuador. Se abrió, pues, nuestra vida como país independiente sobre la "sangre de Abel", para utilizar las palabras de Bolívar cuando supo del asesinato.
Pero, ¿quién mató a Sucre? Esta es una pregunta que ha venido formulándose desde cuando el hecho se dio. A su respuesta se han dedicado mayor cantidad de volúmenes y debates que a ningún evento similar en América Latina. Estos párrafos, en consecuencia, no pueden sino ofrecer algunas reflexiones sobre la variada literatura existente, apuntar los hechos más destacados y, si es posible, presentar a los lectores una respuesta a la pregunta, señalando a sus posibles asesinos. Pero también intentan formular algunos comentarios sobre las implicaciones sociales del hecho.

El camino hacia la muerte

Muy poco después de clausurado el "Congreso Admirable", que había presidido, y con el sentimiento de que Colombia caía en pedazos, Sucre había resuelto volver a Quito a reunirse con su familia.
Salió de Bogotá sin conocer aún la separación del Distrito del Sur, pero se enteró de ella en el camino. Lo acompañaba un grupo reducidísimo: el diputado por Cuenca, Andrés García Tellez; el sargento Ignacio Colmenares; su asistente, el sargento Lorenzo
Caicedo; el "negro" Francisco y dos arrieros, a cargo de las mulas.2 El Mariscal no había dado oídos a varias recomendaciones sobre el peligro de su vida, especialmente si tomado el camino más directo, cumplía con su objetivo de pasar por Pasto, una tierra en donde la gente lo odiaba de veras.
Frente a los peligros de la guerra y la vida política, Sucre se había acostumbrado a vivir bajo amenazas y no parece que tomó las advertencias lo suficientemente en serio como para adoptar medidas de seguridad. En realidad, había sobrevivido ya a intentos de asesinato, uno de ellos protagonizado ni más ni menos que en Quito por allegados a Flores. El hecho se había producido en 1828. Por lo demás, parecía tener urgencia de llegar a su destino, quizá con la esperanza de salvar de alguna manera la unidad de Colombia. Enterado de la separación del Sur, escribió su última carta a un amigo quiteño diciéndole: "Yo llegaré pronto allá y les diré todo lo que he visto y todo lo que sé, para que ustedes vean lo mejor; y también todo lo que el Libertador me dijo a su despedida, para que de cualquier modo conserve esta Colombia, y sus glorias, su brillo y su nombre".
Pocos días antes de su llegada a Popayán, Sucre pasó por la ciudad de Neiva cuyo Gobernador era el general José Hilario López, con quien tuvo una discusión sobre el destino de Colombia. López, que habría de ser luego Presidente de Nueva Granada, era enemigo de Bolívar. Algunos autores lo implican en la muerte de Sucre, que se produciría en unos días. En Popayán descansaron un corto tiempo, pero cuando intentaron reanudar el viaje, se hallaron con el problema de que no contaban con suficientes cabalgaduras.
Una vez más varios amigos intentaron disuadido de su paso por las montañas de Pasto; puesto que ya insistió y siguiendo la marcha, avanzó hacia el sur por el valle del Patía, llegando al pueblito de Mercaderes, desde donde el miércoles 2 de junio se dirigió a cruzar el río Mayo y arribó al fin a una casucha, el "Salto de Mayo". Así describe la escena Rumazo:
Se acomodan en el rancho difícilmente, porque son muchas las personas: el comandante de milicias José Erazo, dueño de casa; su compañera, Desideria Meléndez, en cama; dos hijos jóvenes, Cruz Meléndez (hijastro) y Tomás, y una hija pequeña; y cuatro soldados del batallón Vargas, dejados ahí por enfermos: Agustín Romero, Nicolás Morán, Mateo Jolla y José Fuentes. Nada hubo de extraño. Los viajeros durmieron profundamente, cansados con las jornadas?

Berruecos

A la mañana siguiente reanudaron la marcha. En su camino, Sucre encontró a Erazo a quien había dejado en su casa y le
comentó sobre la rapidez con la que 10 había sobrepasado. El le dijo que "traía una diligencia de mucha urgencia".8 Luego de avanzar sobre una empinada cuesta, llegaron a la posada de La Venta. Allí, aunque el día no había terminado aún, ya fuera porque las acémilas necesitaban descanso, o porque Sucre sospechaba de un ataque al encontrar de nuevo allí a Erazo; resolvió pasar allí la noche y proseguir con la luz del día. A las tres de la tarde llegó a La Venta el coronel Gregorio Sarria que venía de Pasto con un comerciante cubano. Sucre los invitó a un trago de aguardiente. Luego Sarria salió acompañado de Erazo.
El 4 de junio salió el grupo de Sucre de La Venta a eso de las siete de la mañana. El Mariscal sospechaba una agresión y pidió a los demás que estuviesen precavidos.9 Luego de un trecho se hallaron en la húmeda selva de Berruecos. Los arrieros junto con el "negro" Francisco y el sargento Colmenares avanzaban adelante bastante lejos del Mariscal, del Diputado y del sargento Caicedo que, en un momento se había retrasado para arreglar la cabalgadura. En un momento se oyó un grito desde la espesura. Algunos autores dicen que fue: "General Sucre". Siguió un balazo y tres más. Sucre gritó" ¡Ay balazo!" y cayó al instante. Dos disparos le habían llegado a la cabeza y uno al pecho.
Sobrevino una gran confusión. García corrió sin volverse atrás. Caicedo se acercó al cuerpo de la víctima y logró luego distinguir a cuatro agresores "de color acholados, armados cada uno con su carabina, y al uno se pudo ver también tenía un sable colgado de la cintura".10 Luego, viendo también amenazada su vida, corrió hasta Pasto con la noticia. Colmenares, al ver pasar en fuga a García luego de los disparos, mandó arrieros a ver lo sucedido; éstos de vuelta contaron haber visto el cadáver. y también todos ellos corrieron apresuradamente por el temor de ser víctimas de los asesinos. Pero en realidad no corrían peligro. Estos también fugaron muy rápidamente de la escena del crimen, dejando el cuerpo ya sin vida del Gran Mariscal abandonado sobre la tierra húmeda.

El cadáver y los culpables

Desde la mañana del 4 de junio de 1830 en que cayó asesinado, el cuerpo del Mariscal de Ayacucho quedó abandonado e insepulto por un día. Caicedo, su asistente, trató de volver desde el sitio La Venta con gente para recogerlo a pocas horas del crimen; pero a pesar de que logró convencer a un militar que estaba de paso para que lo acompañara, cuando llegó con los soldados cerca del cadáver se apoderó de ellos el miedo y no llegaron siquiera a tocarlo, volviéndose a La Venta.11 En unas horas llegó allí un arriero, que contó que había visto el cuerpo del Mariscal tendido en el suelo, sin signos de haber sido robado. Tomó el reloj y se lo entregó luego a Caicedo. Este, volvió una vez más al sitio del asesinato acompañado de un par de vecinos y llevó al cadáver a un lugar del
mismo bosque llamado "La Capilla". Lo desvistieron parcialmente para evitar el robo y lo dejaron allí.
Solo al día siguiente Caicedo se atrevió a dar sepultura al cadáver, poniendo una simple cruz de madera sobre el improvisado túmulo. Después se fue a Pasto. El 6 de mayo, un grupo de tropa del batallón "Vargas" que se había movilizado en búsqueda de los asesinos llegó a La Capilla y procedió a la exhumación del cadáver. El Cirujano del Batallón, Alejandro Floot, practicó el reconocimiento: "resultó que el cuerpo tenía tres heridas: dos superficiales en la cabeza, hechas con cortados de plomo, y una sobre el corazón, que causó la muerte" Y El cadáver volvió a ser enterrado en el sitio, hasta que fue llevado a Quito tiempo después, por orden de la viuda, Mariana Carcelén.
Al conocerse la noticia en Pasto, el general José María Obando dispuso la persecución de los asesinos, pero él mismo diría luego: "No se pudo adelantar nada, ni capturar siquiera a uno de ellos: solo se hallaron las huellas que habían dejado" . Al mismo tiempo informó del hecho a Juan José Flores en Quito y a Hilario López, Prefecto del Cauca. Las versiones que dio del hecho, sin embargo, fueron muy diversas. Al primero le dijo, luego de contarle el hecho, que temía los posibles comentarios: "Cuanto quiera decirse va a decirse y yo voy a cargar con la execración pública..." y al hablar de los responsables decía: "todos los indicios están en contra de esa facción de esa montaña..." Al segundo le dice en cambio: "los agresores fueron soldados del Ejército del Sur, que he sabido han pasado por esta ciudad". Al general Isidoro Barriga, Comandante General de Quito, por otra parte, le indicó que el autor del crimen había sido el "inveterado malhechor Noguera" . Al final, con el paso del tiempo terminaría culpando a Flores de los hechos, cuando, a su vez, éste y sus adversarios políticos neogranadinos lo responsabilizaron a él como autor intelectual de la muerte.
José María Obando cargó, desde entonces, a lo largo de su extensa y agitada vida pública con la acusación de haber sido el instigador del asesinato. Pero eso no le restó ni prestigio entre los liberales colombianos, ni simpatías muy grandes entre los grupos de poder regional que respaldaron su acción política. A poco del asesinato de Sucre fue uno de los líderes de la insurrección que llevó al poder a los liberales, pasando a ser Ministro de Guerra, luego de haber ejercido por unos pocos meses la jefatura de Estado. Tuvo un papel protagónico en los conflictos por la posesión de Pasto que se dieron entre Nueva Granada y Ecuador en tiempos de Flores. En 1839 se lo apresó acusándolo del crimen, pero a poco estaba liderando un nuevo levantamiento. En 1840 aceptó ser juzgado por el delito, pero fugó luego. Fuera del país en 1842, publicó en Lima sus Apuntamientos para la Historia en que se defendía de los ataques de sus adversarios. En 1849 volvió al país en el Gobierno de su amigo José Hilario López. Fue electo miembro del Congreso y Presidente de la Cámara de Diputados. En 1853 fue electo Presidente de la República, pero luego de un impase con el Congreso, sufrió destitución legal del cargo, que ejerció hasta 1854. En 1860, aliado con su viejo adversario el general Mosquera, se alzó en armas. En esa campaña sufrió una derrota y cuando trataba de huir cayó del caballo y fue asesinado a lanzadas en el sitio de "Cruz Verde".
El asesinato de Sucre estuvo, pues, ligado estrechamente a la vida de Obando, para cuyos adversarios la acusación fue un poderoso instrumento; aunque el haberse convertido en víctima y la ardorosa defensa que hizo de su caso, le valieron también muchas simpatías. Para Flores también el crimen fue una constante imputación, aunque en mucho menor grado. Las acusaciones, más bien, se reactivaron. cuando sus familiares continuaron como primeras figuras en la política por años. La "dinastía mastuerzo" la llamarían. Hay, en consecuencia, dos versiones fundamentales de la muerte de Sucre, que revisaremos posteriormente, no sin recordar brevemente el destino de sus restos mortales.

Un sepulcro clandestino

Doña Mariana Carcelén y Larrea, Marquesa de Solanda, viuda de Sucre, hizo traer el cuerpo en medio de su descomposición a la capital desde Berruecos, donde se lo había enterrado provisionalmente.18 Por un tiempo se lo conservó en la capilla de la hacienda "El Deán", para luego trasladarlo en total secreto al Monasterio de El Carmen Moderno de Quito, donde fue enterrado cerca del altar. La Marquesa rodeó siempre al asunto de misterio, tratando de proteger el cadáver del Mariscal de las profanaciones, especialmente durante las administraciones de Flores, de quien siempre tuvo sospecha de que había tenido que ver con el crimen. Poco tiempo después de ese hecho, se casó con el general Isidoro Barriga que por imprudencia, según algunos, o por premeditada acción, según otros, dejó caer de un balcón a la pequeña hija de Sucre, que murió por esa causa. Luego de enviudar de nuevo vivió una vida de retiro, hasta su muerte en 1861,
La Marquesa había hecho correr el rumor de que el cadáver se hallaba en la Iglesia de San Francisco, en donde se lo buscó reiteradamente. Allí se hicieron averiguaciones en tiempo de la presidencia del Dr. Cordero, cuando el Gobierno de Venezuela reclamó el cuerpo mediante un canónigo pariente del Mariscal. Pero solo en 1900 en que, mediante un oficioso aviso, se descubrió el secreto del paradero de los restos, los huesos fueron examinados por un grupo de médicos que establecieron que eran los de Sucre.
Entonces se trasladaron a la Catedral Metropolitana en un acto solemne presidido por el Presidente de la República, Don Eloy Alfaro. Federico González Suárez, entonces Obispo de !barra, pronunció lo que se dice ha sido la más brillante pieza oratoria
de su género en memoria del Gran Mariscal. Después del crimen, había llegado, al fin, "la hora de la reparación".

Una muerte anunciada

El 1 de junio de 1830, tres días antes del asesinato del mariscal Sucre, el periódico El Demócrata de Bogotá, publicado por un círculo de liberales granadinos feroces enemigos de Bolívar, decía: "acabamos de saber, con asombro, por cartas que hemos recibi¬do del correo del sur, que el general A. José de Sucre ha salido de Bogotá, ejecutando fielmente las órdenes de su amo..." Luego de encendidas acusaciones y duros insultos contra Bolívar y Sucre, El Demócrata concluye confiando en Obando "amigo Ysostenedor firme del Gobierno de la libertad. . ." Dice: "Puede ser que Obando haga con Sucre lo que no hicimos con Bolívar".
Para la tradición historio gráfica conservadora de Colombia y Ecuador, ésta fue ni más ni menos que la sentencia de muerte de Sucre, dictada por escrito y con el señalamiento explícito de su principal ejecutor: Obando. Vamos en los siguientes párrafos a seguir esa interpretación.
Antonio José de Irisarri y Juan Bautista Pérez y Soto son dos
de los principales acusadores de Obando. Según ellos, cuyos trabajos han seguido la mayoría de quienes han tratado el tema, una conspiración radical urdida en Bogotá determinó la muerte de Sucre. Un club "septembrista" especialmente formado para el efecto, tuvo varias reuniones secretas en una casa del centro de Bogotá y, cuando Sucre iba a salir de la ciudad hacia el sur, envió con diferencia de horas un posta, José Manuel Elizalde, que llevaba la noticia y la instrucción del asesinato hacia el sur. Los escritos los había preparado Luis Montoya.
La posta antecedió un corto tiempo a Sucre en su llegada a Neiva y allí entregó una carta que traía de Bogotá para Obando al canónigo Manuel José Mosquera, entusiasta bolivariano que, sin saber su contenido, se la hizo llegar prontamente a su destinatario. Es importante destacar que si el comedido canónigo no supo nada del contenido de la misiva, como quedó dicho, tampoco nadie tiene evidencia de que allí se incluyeron instrucciones o insinuaciones sobre la muerte de Sucre; pero la secuencia del hecho es, en todo caso, interesante porque el canónigo afirmó luego que como respuesta a su nota con que acompañaba el sobre cerrado, Obando le dijo "Sucre no pasará de aquí".
El 28 de mayo llegó a Pasto procedente del Sur el coronel venezolano Apolinar Morillo que decía haber sido expulsado por Flores. No está claro si él lo buscó u Obando lo encontró, pero lo cierto es que se entrevistaron. Luego Morillo declararía que entonces recibió el encargo de asesinar a Sucre. Obando le indicó que debía ir a Salto de Mayo y contactar con José Erazo y entregarle una nota sin fecha de su puño y letra que decía: "Mi estimado Erazo: El dador de ésta le advertirá de un negocio importante, que es preciso que lo haga con él. El le dirá a la voz todo y usted dirija el golpe". Conocedor de la consigna de Bogotá, Obando encontró en Morillo un ejecutor ideal para el crimen. Erazo, con antecedentes criminales conocidos, había ya prestado servicios a Obando en el pasado, según el mismo general luego reconoció. A ellos se unió el coronel Juan Gregorio Sarria, procedente de Pasto también. Como ya quedó dicho en párrafos anteriores, Sucre pernoctó en la casa de Erazo y hasta invitó un trago a Sarria.
Posteriormente, Erazo junto con tres peones licenciados del ejército, Andrés Rodríguez, Juan Cuzco y Juan Gregorio Rodríguez, prepararon el golpe y lo ejecutaron bajo la dirección de Morillo. Aparte de habérsele visto horas antes junto a ellos, no hay ninguna evidencia adicional sobre la de Sarria en el hecho concreto del asesinato, aunque bien pudo haberlo presenciado a distancia para dar parte de él. Morillo y los tres peones se apostaron en la espesura de la selva de Berruecos y dispararon contra Sucre cuando atravesaba el angosto sendero. De los testigos, solo Caicedo, el asistente del Mariscal, logró ver a los agresores y los describió ligeramente como de rasgos "acholados". Uno de ellos llevaba espada al cinto. Parecería que fue Morillo.

El peso de las evidencias

El proceso instaurado por el crimen fue largo y se presentaron en él gran cantidad de pruebas y declaraciones. Sin embargo, dos serias evidencia son las más pesadas en contra del general Obando. Primero las declaraciones de Morillo y Erazo. Segundo sus propias cartas, abundantes y comprometedoras.
Años después del asesinato, sus dos principales ejecutores materiales lo confesaron. Erazo cayó preso por revoltoso en 1839 y "providencialmente", según lo dice el Dr. Antonio Flores, equivocó la causa de su aprehensión y contó su versión.26 En otras circunstancias, Morillo fue aprehendido y enjuiciado. Obando aceptó un careo con él. Allí surgieron varias inconsistencias en sus sucesivas declaraciones. Fue, sin embargo, declarado culpable y condenado a morir fusilado. La sentencia se ejecutó en la Plaza Mayor de Bogotá el 30 de noviembre de 1842. Circuló entonces una hoja volante con su firma en la que confesaba el crimen, ejecutado, según él, bajo obediencia al general Obando.
Erazo murió en prisión también en 1842, sin que concluyera la causa en su contra por el asesinato de Sucre. Varios biógrafos del Mariscal afirman que todos los demás actores perecieron en forma violenta. Andrés Rodríguez, según declaraciones de la mujer de Erazo, Desideria Menéndez, murió repentinamente en una caída de la
cabalgadura. Cuzco murió en casa de Erazo a pocos días del crimen de Berruecos y Rodríguez, el otro, murió también muy pronto en un cuartel. No cabe duda de que alguien los silenció para evitar que declararan.
En cuanto a Obando, cargó toda su vida con la acusación del asesinato, como él mismo lo había predicho. Y en ello, sus propios escritos lo comprometían. Nunca negó, por ejemplo, haber escrito la nota a Erazo, pero dijo que lo hizo tres años antes para ejecutar una celada contra otro bandido. Ese papel, que logró conservarse, sin embargo, es concluyente. La explicación que dio Obando es tanto más increíble cuanto más argumentos puso el General para explicarla. Más aún, hay evidencia de que el general Obando protegió a Morillo luego del crimen. Decía en una carta a López, también acusado de complicidad en el crimen:
Mi amado Hilario: Te recomiendo al pobre comandante Morillo; aconséjalo de que no beba, que no se desacredite y que cuente con nuestra protección. Este podrá semos útil y en este asunto dirá todas las picardías de Flores (…) Te lo recomiendo mucho, mucho, y debes tratarlo bien, como a un pobre oficial que ha servido mucho, mucho.
A esto hay que sumar las ya comentadas contradicciones en su versión inicial de los hechos. En cuatro cartas diversas dio igual número de versiones distintas, para al fin terminar por acusar a Flores, a quien meses antes había dicho por carta: "Pongámonos de acuerdo Don Juan: dígame si quiere que detenga en Pasto al General Sucre o lo que deba hacer con él". Allí esta otra punta de la trama que debe examinarse.

El otro culpable

A lo largo de su contradictoria carrera política, el general José María Obando bregó por limpiar su nombre del asesinato de Sucre. Junto a él, buen número de sus partidarios hicieron también esfuerzos en ese sentido. Aún hoy se considera vital en ciertos círculos liberales colombianos que el nombre de uno de sus fundadores no ha de mancharse con semejante crimen, aunque Sucre fuera "godo" y bolivariano. Gran cantidad de autores, con ciertas diferencias unos de otros, repiten y fundamentan la original defensa de Obando y su acusación contra Flores. En el Ecuador, desde luego, los antifloreanos, los liberales que combatieron al "terrorismo" con Eloy Alfaro a la cabeza, acusaban a Flores también. Además del propio don Eloy, Roberto Andrade es el más importante exponente de esta posición.
En términos generales, esta versión descansa sobre el supuesto general, y muy sólido desde luego, de que Flores era el hombre más interesado en el mundo en la desaparición de Sucre, y que cuidadosamente había planificado la separación del Sur. Con el Gran Mariscal de vuelta, o bien se hubiera luchado para mantener a Colombia unida, o él hubiera sido el primer presidente del Ecuador. De allí que hiciera el esfuerzo de una cuidadosa conspiración para poner fuera de su camino al Mariscal. Hay algunos testimonios de quienes años después afirmaron que Flores les propuso el asesinato de Sucre, pero no lo aceptaron.
Al fin Morillo fue el elegido. No habría, pues, salido de Quito expulsado, sino en acuerdo con Flores, fingiendo un disgusto con él, comisionado en realidad a dirigir el abaleamiento del Gran Mariscal. Obando en su defensa logró demostrar que las versiones de Morillo no pudieron ser sostenidas en el careo, que él no estaba en Pasto cuando el asesino dijo que lo visitó, pero aceptó haberlo llamado en esos días para ayudarlo en su búsqueda de colocación. Por otra parte, también Obando pudo luego argumentar que el mismo Morillo meses antes de su declaración en que los incriminaba, emitió un documento en que declaraba: "Me hallo inocente del asesinato del referido General Antonio José de Sucre, lo mismo que el General José María Obando, pues no he recibido de él la orden que se le atribuye haberme dado..."
Según los defensores de Obando, tanto Erazo como Morillo fueron chantajeados y sobornados para hacer sus declaraciones, destinadas a implicar en el crimen a Obando, una de las importantes figuras políticas de Nueva Granada. Se afirma, inclusive, que a Morillo se le prometió que solo fingiría su fusilamiento, a cambio de la declaración que incriminaba a Obando. Unos sostienen que Morillo murió creyendo que se le disparaban balas de salva para luego sacarlo de escena; mientras otros opinan que en verdad quedó vivo luego de la fingida ejecución y vivió años bajo otro nombre. Lo cierto es que Morillo, inconsistente y débil, cambió sus versiones varias veces, lo cual hace pensar que nunca dijo la verdad completa.
Las mutuas acusaciones
Obando y sus defensores repiten insistentemente un argumento de lógica a su favor. Desde el punto de vista de un político, y Obando lo era de la mejor calidad, era absurdo que se planificara un crimen de tanta envergadura justamente en territorio que estaba bajo su jurisdicción, lo cual le haría inmediatamente sospechoso. Era Flores el interesado en que Sucre desapareciera en circunstancias en que podría culpar a otro. En este sentido, hay un elemento del asunto que implica definitivamente a Flores, uno de cuyos hombres de confianza estuvo en Pasto justamente en los días del crimen y con un pretexto verdaderamente fútil.
Paralelamente al viaje de Morillo a Pasto, expulsado o con la
consigna del crimen, también viajó a la misma ciudad el coronel Manuel Guerrero, enviado confidencial de Flores para entrevistarse con Obando y contestar personalmente las comprometedoras cartas a que ya se hizo referencia en párrafos anteriores. Resulta ridículo pensar que Flores enviaría a su hombre a Pasto solo para expresarle vagas promesas de buena voluntad sobre la ya disputada anexión de Pasto al Sur. Es claro que Flores no quería dejar escrito algo más que tenía entre manos con Obando y por ello envió un delegado de confianza. Lo que si quedó escrito es una carta un poco anterior de Flores a Obando en la que en los términos de la mayor camaradería y cariño, acepta la invitación a reunirse en Tulcán.
Roberto Andrade va más allá cuando dice que la verdadera responsabilidad del "tuerto" Guerrero, como lo llamaban, era coordinar el asesinato que dirigiría Morillo. Aporta para ello algunas pistas. Guerrero viajó con mucho dinero del Gobierno, parte del cual recogió en Ibarra. A base de una publicación realizada por el teniente coronel Ignacio Sáenz en 1832, establece que un grupo de soldados fueron escogidos entre el Escuadrón de Granaderos de "Cedeño" para ser enviados secretamente a Pasto a órdenes de Guerrero para ejecutar el crimen. Recoge también varios testimonios de quienes vieron desplazarse en los últimos días de mayo y principios de junio al grupo de soldados clandestinamente al norte. Llegados a su destino, Guerrero los puso a órdenes de Morillo, que dirigió la operación.38
La versión de Andrade, que varios autores colombianos citan, así como el texto que se hizo por encargo de don Eloy Alfaro, son poco concluyentes en cuanto a probar sin lugar a dudas que Flores fuera el único autor intelectual. Es simplemente insostenible, por ejemplo, que en su esfuerzo por culpar a Flores, absolvieron sin más a Obando. Pero a base de la documentación que ellos ofrecen, la implicación de Flores en el asunto queda clara. El problema, desde luego, es precisar el carácter específico de esa implicación.
El análisis de Roberto Andrade es muy sólido en la comparación de los testimonios rendidos primero en Pasto y luego en Quito. Logra el autor probar que los mismos testigos, una vez ya bajo el control de Flores en la capital ecuatoriana, cambiaron, a veces sensiblemente, sus testimonios, de modo que Obando quedara implicado y Flores libre de sospecha. Con la declaración de Caicedo, asistente de Sucre, Andrade establece que las diferencias entre lo que dijo en Pasto ante un Juez Civil, difiere de lo que dijo en Quito, luego ante un juez militar, cuando "ya estaba de sargento y no tenía vacía la bolsa". Todo ello deja duda del interés de Flores en manejar todas las evidencias contra Obando.
Hay, por fin, un hecho significativo que debe destacarse. Flores abandonó Quito poco antes del crimen y viajó a Guayaquil. No sería la última vez que haría una conveniente retirada antes de que se cometiera un crimen que lo beneficiaría. Así habría de actuar también cuando el crimen de "El Quiteño Libre", pocos
años después. Y lo que es más, también hay afirmaciones de que se anunció justamente en Guayaquil el asesinato de Sucre, días antes de que ocurriera.40
Enconado debate
Pocos días después de la muerte de Sucre, escribía en su diario don José Manuel Restrepo, una de las plumas más respetadas de Colombia:
Se ha confirmado la noticia de la muerte del general Sucre el 4 de éste. Se le hallaron tres balazos, y dos al macho en que iba. Se asegura que los asesinos lo dejaron muerto sin quitarle nada de lo que llevaba, lo que prueba que no fue por robarle. Indican de Popayán que ha sido obra del general Flores, quien dice envió un oficial y 4 dragones por caminos extraviados. Otros sospechan de los generales Obando e Hilario López, de Popayán. El periódico titulado El Demócrata dijo aquí, en 1 de este mes, antes que sucediera el asesinato: "Puede que Obando haga en Pasto con Sucre lo que aquí debimos hacer con Bolívar". Este deber en el lenguaje de los demagogos fue asesinarlo. Sin embargo nada podemos asegurar, y aun puede ser que la muerte de Sucre sea obra del resentimiento de algunos pastusos, pues había hecho la guerra contra ellos.
Aunque se afirma que la fase fue escrita posteriormente al día en que aparece fechada, de todas maneras la impresión de Restrepo era de perplejidad ante el hecho. Desde los primeros momentos se habló de la conspiración de los jacobinos de Colombia, cuyo brazo ejecutor fue Obando. Se dirigió también la mirada al beneficiario del crimen: Flores. Pero no se descartó la posibilidad de una venganza menos política y quizá un poco más personal de los pastusos, feroces enemigos de Sucre, que entró en Pasto a sangre y a fuego, con un saldo de muertos y abusos convenientemente oculto en la historia oficial. Cabe pues, la remota aunque no desechable posibilidad de que Morillo y Erazo actuaran bajo consigna, pagados por alguna misteriosa mano vengadora del anonimato pastuso. Esta posibilidad, empero, se ha venido sosteniendo cada vez menos por falta de evidencias y, sobre todo, porque ninguno de los autores confesos en sus numerosas versiones del crimen la mencionaron.

La culpa de Obando

Vengamos pues a la versión más difundida y más fuertemente sostenida por las pruebas: Obando ordenó el crimen a Erazo y Morillo, que luego confesaron. Es preciso, sin embargo, observar que la confesión de los dos autores materiales no fue obra de la "providencia" como el devoto hijo del general Flores lo sostiene, sino un hecho político en medio de una feroz lucha por el poder en Nueva Granada. El segundo proceso instaurado contra Obando y los demás se realizó como un claro recurso político para desprestigiar al caudillo, bajo presión, si no por inspiración, del general Herrán, jefe de sus adversarios. Que la confesión de Morillo se usó como una arma política y que su último "Manifiesto" fue fraguado son hechos incontestables. Pero el que entonces Morillo haya dicho la verdad es otra cosa. También un mentiroso invete¬rado puede decir la verdad a veces. Y parece que sí la dijo porque a pesar de lo ardoroso de su defensa, de las contradicciones que hace notar en sus denunciantes, Obando nunca pudo explicar tres cosas: sus arreglos con Flores para deshacerse de Sucre antes de e14 de junio; la carta a Erazo pidiéndole que dirija la operación, y su protección a Morillo luego del crimen.
Pesa también la ausencia del móvil. Obando no consideraba que Sucre se ponía en su camino; era un error matado o dejado matar bajo su jurisdicción. Pero los odios contra Bolívar llegaron en Colombia a límites inauditos y lo que desde el punto de vista posterior parecería un error entonces podría incluso verse como un "mérito" ante los radicales que Obando quería tener de su lado. Es indudable que la acusación de asesino de Sucre le valió la admiración de los círculos jacobinos que anunciaron su muerte antes de que sucediera. Pero si hubo un móvil, parece que este fue menos ideológico y más práctico. Obando trataba de cumplir un secreto arreglo con Flores, a quien hizo el favor de mandar a matar a Sucre o al menos dejar que los enviados de Flores lo hagan. El beneficio parece claro. Flores cedía Pasto a cambio de quedarse en el poder con Sucre muerto.
En cuanto a que Obando no "cometería el error" de implicarse en la muerte del Mariscal, hay que decir que cometió un "sinnúmero" de "errores" respecto del hecho, que no debe descartarse uno más. Baste recordar que sobre el asunto escribió más de una docena de cartas incriminatorias, que luego solo pudo explicar como" errores".
La responsabilidad de Flores
Flores fue mucho más prudente. No dejó nada escrito y su participación en el crimen quedó siempre a cubierto. No cometió "errores" y por ello no es posible establecer con total claridad su responsabilidad. Pero esta responsabilidad, sin duda, existió. No solo por las evidencias que hay sobre su manejo de los testimonios, su viaje a Guayaquil, sus tratos secretos con Obando, sino la existencia del móvil del tamaño de una catedral. y aunque no siempre el beneficiario es el actor del crimen, el número de casos en que si lo es, da como para pensado bien en serio.
Una lectura de las evidencias y una revisión aunque fuera rápida de la inmensa bibliografía existente sobre el tema lleva a la conclusión de que en el asesinato de Sucre confluyeron los intereses y las voluntades de ambos caudillos militares. Así lo ven autores de innegable calidad historiográfica, entre ellos el biógrafo ecuatoriano del Mariscal de Ayacucho, Alfonso Rumazo González, que cita contundentemente a Posada Gutiérrez:
Yo que he deseado esclarecer estos hechos para formar un juicio imparcial sobre ellos, sin apasionarme, prevención en favor o en contra de nadie, mientras más los he estudiado, más me he convencido de que en cuanto dice el general Obando para defenderse y culpar al general Flores, no hace sino agravar su causa. Así como las cartas de Obando publicadas por Flores; el silencio de Flores sobre ellas; el viaje de Guerrero a Pasto; su declaración en Guayaquil a su regreso, dos días antes de que supiera la muerte de Sucre; la precipitación de Flores en irse a Guayaquil al despachar a Guerrero, sin esperar el resultado de la comisión que dio a éste cerca de Obando; la respuesta de Flores, publicada por Obando, a la carta en que le participaba la muerte de Sucre, diciéndole que nadie le culpaba, cuando él mismo y la Prensa ecuatoriana lo hacían con virulencia: todo esto, en sana crítica, induce a considerar al general Flores cómplice del general Obando.
A esta opinión suficientemente clara y concreta, puede añadirse la del más calificado historiador de Venezuela, Vicente Lecuna: "En su célebre libro publicado en Lima, dice Obando que uno de los dos fue el criminal: o Flores, o él. Yo tengo la convicción de que fueron los dos".
Flores y Obando estuvieron en tratos. El segundo ofreció al primero deshacerse de Sucre, ante lo cual la respuesta del "Padre de la Patria" fue una invitación a discutirIo personalmente con miedo a que sus arreglos quedaran escritos. "Juntos acordaremos todo lo que nos pueda interesar -le decía tan solo días antes del crimen en carta a Obando-; obraremos como hermanos y todos tan amigos como lo es tuyo de todo corazón.- Juan José Flores".44 Los "hermanos" se culparon luego el uno al otro del crimen que cometieron juntos, aunque no por ello dejaron de reconciliarse en medio de las vergonzosas guerras de tiranuelos que protagonizaron juntos no muchos años después. Al fin, los dos encontraron plumas incondicionales que los defendieron, creyendo que con ello lavaban el honor del "Fundador de la República" del Ecuador o del "Padre del liberalismo colombiano".
La muerte de Sucre pesa en la historia latinoamericana y especialmente ecuatoriana y colombiana, no solo como un hecho que cambió el liderazgo de la fundación de la República, sino también porque tuvo implicaciones ingentes en la trayectoria de sus actores. Obando fue el caudillo más popular de Nueva Granada en su tiempo. Con la sangre de Sucre en sus manos, Flores fue nombrado tres veces presidente del Ecuador y hasta encontró quien justificara y luego premiara sus actos de traición al país como mercenario extranjero. Lo que es más, hasta hay quien ahora se ufana de llamarlo "Padre de la Patria". La participación de Flores en el crimen, sin embargo, también fue usada como arma política. En este caso fueron los liberales quienes la esgrimieron. Primero fue Rocafuerte. Luego Alfaro y Roberto Andrade. Pero ya no para vencerlo en la contienda sino para desacreditar a sus herederos políticos, figuras descollantes del "terrorismo" y la "argolla".
En fin, aunque los tortuosos caminos de nuestra historia ecuatoriana hayan llevado a que las cenizas de la víctima y las del beneficiario de su muerte, cuando no su propio autor, descansen bajo el mismo techo, todavía suenan las palabras de Bolívar: "se ha derramado la sangre del justo Abel". Y esas palabras se escucharán todavía más fuerte en el templo del Dios de los ejércitos, que, como dice González Suárez, condujo tantas veces al mariscal Sucre a la victoria.
Notas


Roberto Andrade transcribe la carta en su integridad

"Pasto, Junio 5 de 1830. Mi querido amigo: He llegado al colmo de mis desgracias: cuando yo estaba contraído puramente a mi deber y cuando un cúmulo de acontecimientos agobiaban mi alma, ha sucedido la desgracia más grande que podía esperarse. Acabo de recibir parte que el Gral. Sucre ha sido asesinado en la montaña de La Venta ayer 4: míreme Ud. como hombre público, y míreme por todos aspectos, y no verá sino un hombre todo desgraciado. Cuanto se quiera decir va a decirse, y yo voy a cargar con la execración pública. Júzgueme Ud. y míreme por el flanco que presenta siempre un hombre bien, que creía en este Gral. el mediador de la guerra actual que suscita. Si Ud. conociera esto con toda su frente, Ud. vería que este suceso horrible acaba de abrir las puertas a todos los asesinatos; ya no hay existencia segura, y todos estamos a discreción de partidos de muerte. Esto me tienen volando: ha sucedido en las peores circunstancias, y estando yo al frente del Departamento: todos los indicios están contra esa facción de esa montaña; quiso la casualidad de haber estado detenida en La Venta la Comisaría que traía con algún dinero, quedó esta allí por falta de bestias, es probable hubiesen reunídose para este fin; pero como mandé bestias de aquí a traerlas, vino ésta, y llegaría la partida cuando no había la Comisaría, llegando a este tiempo la venida de este hombre. En fin, nada tengo que poder decir a Ud., porque no tengo qué decir, sino que yo soy un desgraciado con semejante suceso. En estas circunstancias, las peores de mi vida, hemos pensado mandar un oficial y al Capellán del /Vargas', para que puedan decir a Ud. lo que no alcanzamos. Soy de Ud. su amigo, José María Obando".